- ¿Me esfuerzo por salvar las dificultades de la vida con espíritu cristiano?
- ¿Se nota en mis actitudes que vivo los acontecimientos diarios, con el horizonte del futuro último de Dios?
- ¿Sé descubrir en la Palabra de Dios una fuente de esperanza? ¿Cómo? ¿En qué momentos?
- La lucha de la vida: trabajo, dolor, injusticia, enfermedad, incomprensión, soledad….¿Lleva en mí el signo de la esperanza, o lo soporto como carga pesada?
- ¿Tengo una confianza filial en la bondad de Dios?
- ¿Creo activamente en la Palabra de Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”? (Mt 28,30)
- ¿Me afianzan en la esperanza estas palabras: “Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu prudencia? (Prv 3,5)
- ¿Creo con toda seguridad que “aunque una madre olvide a su hijo, Yo no te olvidaré”? (Is 49,15)
- ¿Pido a Dios la confianza, y esto sin titubear lo más mínimo? (Sant 1,5-6)
- Ante mis fallos, ¿he perdido la esperanza de mejorar? ¿Confío en que Dios es poderoso para sacar de las piedras hijos de Abrahán?
- Ante las limitaciones de los de “arriba” ¿Es mi consigna comprender, perseverar, esperar, orar…?
- ¿Creo que uno de los pecados que más marcan y dañan al hombre es el hastío y la desgana?
- ¿Me convenzo de que el retorno a la esperanza es urgente para revitalizar a la Iglesia?
- Me alegra íntimamente saber que la Esperanza sólo tiene un nombre: JESUS- (Salvador –Redentor-Liberador)?
- ¿Me esfuerzo por compartir mi esperanza y comunicarla a mis hermanos?
- ¿Sé ofrecer desinteresadamente mi apoyo, mi defensa, mi compañía, mi tiempo, mi fe, mi persona… a los que puedan necesitarlos? ¿Cuándo? ¿En qué medida?
Cuando me vea abatido, aniquilado, vacío y anulado; pero crea todavía en “lo imposible”, entonces es que tengo ESPERANZA.
D. Dámaso Eslava Alarcón