Introducción:
“Permanece incompleta, sin duda alguna,
la vida de un cristiano que no tenga conciencia clara de la acción
santificadora del Espíritu en las almas.”
El Espíritu Santo, tercera Persona de la
Santísima Trinidad, Amor substancial del Padre y del Hijo, Principio de
Vida del Cuerpo Místico de Cristo, es una verdad para muchos cristianos
el Gran Desconocido”.
Distintas voces, pero de gran autoridad moral y religiosa, nos hablan del Espíritu Santo:
Un Papa, Juan Pablo II, escribe su 5a
Encíclica, sobre El Espíritu Santo. Que la titula “Señor y dador de
vida”. Este documento magisterial, no solo hay que leerlo, sino también
y sobre todo, estudiarlo en profundidad y meditarlo a la luz y al calor
del mismo Espíritu.
Un Obispo, San Basilio el Grande, que
nace y muere en el siglo IV, en el Asia menor. Es un Padre de la Iglesia
oriental, Doctor lleno de sabiduría y Pastor celoso combatió con
fortaleza y ardor a los arríanos. Fue un gran bienhechor de los pobres.
Leemos en sus obras: ¿Quién habiendo oído
los nombres que se dan al Espíritu Santo, no siente levantado su ánimo y
no se eleva su pensamiento a la naturaleza divina? Ya que es llamado
Espíritu de Dios y Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Espíritu
Firme, Espíritu Generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y
peculiares.
Hacia El dirigen su mirada todos los que
sienten necesidad de santificación; hacia El tiende el deseo de todos
los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos, a manera de
riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.
El es Fuente de Santidad, Luz para la inteligencia.
Aunque inaccesible por naturaleza, se
deja comprender por su Bondad; con su acción lo llena todo, pero se
comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera
idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según
la proporción de la Fe.
Simple en su esencia y variado en sus Dones está integro en cada, uno e integro en todas partes.
Se reparte sin sufrir división, deja que
participen en El, pero El permanece integro a semejanza del rayo solar
cuyos beneficios llegan a quien disfrute de El, como si fuera único,
pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.
Así el Espíritu Santo está presente en
cada hombre capaz de recibirlo, como si El solo existiera y no obstante
distribuye a todos Gracia abundante y completa; todos disfrutan de El en
la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en
la proporción con que el podría darse.
Por El, los corazones se elevan a lo
alto, por su mano son conducidos los débiles, por El, los que caminan
tras la virtud, llegan a la perfección; El es el que ilumina a los que
se han purificado de sus culpas, y al comunicarse a ellos los vuelve
espirituales.
Como los cuerpos limpios y trasparentes
se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol, y despiden de ellos
mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del
E.S., se vuelven plenamente espirituales y trasmiten la Gracia a los
demás.
De esta comunión con el Espíritu procede
la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la
comprensión de lo oculto, la distribución de los Dones, la Vida
sobrenatural, el consorcio con los Ángeles; de aquí proviene aquel gozo
que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí
el ser semejante a Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se
puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios.
(De la 2ª lectura del Oficio Divino del martes de la VII semana de Pascua)
Una Doncella cristiana. Virgen y Mártir, del Siglo IV, Santa Lucia.
En el primer diálogo que tiene esta
doncella con el Prefecto Pascasio. Lucia (que significa luminosa) a la
pregunta que le hace el Prefecto:
– “¿ Crees, pues, que el Espíritu Santo
está en ti ( pues ella le había nombrado al Espíritu Santo ) y que es El
quien te inspira lo que dices?”
Ella, ante aquel auditorio pagano, proclama sin miedo, el grande el íntimo misterio de Fe:
– “Lo que yo creo es que los que viven casta y piadosamente son templos del Espíritu Santo”.
Un Sacerdote, maestro admirable, por su
sabiduría humana y celestial, forjador de santos, hombre excepcional por
su santidad y celo apostólico, predicador ardiente de la palabra de
Dios…
San Juan de Ávila señala cuatro condiciones para recibir fructuosamente al Espíritu Santo:
A) Sentir altamente de El (conocer su naturaleza, su misión, su presencia y actividad en la Iglesia y en cada cristiano).
B) Desearlo (porque si no es “deseado y rogado” no viene a nosotros.
C) Mortificar la carne (El E.S., solo se “alimenta de carne mortificada”).
D) Prepararle digna morada (alma limpia y adornada de virtudes sólidas).
San Juan de Ávila escribe, comentando un versículo del Veni Creator:
“Alumbrad, Señor, con los rayos de
vuestra lumbre y claridad eterna las tinieblas de mi entendimiento…
haced Señor y mi Dios, que mi corazón y toda mi voluntad, se encienda en
amor vuestro y deseo vuestro para que a Vos solo ame, a Vos solo
quiera, a Vos solo me arrime, en Vos solo ponga mis ojos y para siempre
no consintáis que sea apartado de amaros.
¿No
os ha acontecido tener vuestra alma seca, sin jugo, descontenta, llena
de desmayos, atribulada, y como que no le parece bien cosa ninguna
buena? Y estando así en este descontento, viene un airecillo santo, un
soplo santo, un refresco que te da vida, te esfuerza, te anima y te hace
volver en Tí, y te da nuevos deseos, amor vivo, muy grandes y santos
contentos y te hace hablar palabras y hacer obras que Tú mismo te
espantas.
Eso es Espíritu Santo; eso es
consolador, que en soplando internamente, os hallaréis tocados, como de
piedra-imán, y con alientos nuevos y obras y palabras y deseos nuevos,
que antes no hallabais, antes todo os estorbaba y enojaba.
¡Oh alegre Consolador! ¡Oh soplo
bienaventurado, que lleva las naves al cielo! Muy peligroso es este mar
que navegamos; pero con este aire y con tal Piloto seguros iremos.
¡Cuantas naves van perdidas¡ ¡Cuantos contrarios vientos corren! ¡y
cuan grandes peligros! Mas en soplando este piadoso Consolador, las
vuelve a puerto seguro”.
¿Qué remedio? Que nos vayamos a la Santísima Virgen. En gran manera Ella es muy amiga del Espíritu Santo, y El de Ella.
Conoce muy bien el Espíritu Santo las
entrañas de la Virgen; conoce muy bien aquel su corazón tan limpísimo,
conoce muy bien aquel palacio donde tantos y tan grandes misterios obró.
No hizo la Virgen, ni pensó ni habló cosa que, en un solo punto
desagradase al Espíritu Santo; en todo le agradó, en todo hizo su santa
Voluntad; por ruegos de esta gloriosa Virgen, por gemidos y deseos y
oraciones trajo al Verbo eterno y le metió en sus entrañas.
Supliquemosla, pues tan amiga es de este Santo Espíritu, nos comunique su Gracia para hablar de tan alto Huésped”.
Una Religiosa: la Beata Isabel de la
Trinidad, Carmelita descalza. Nace en Dijon (Francia) y en el Carmelo de
esta Ciudad vive y muere a los 26 años de edad y cinco de vida
religiosa. Fue beatificada por Juan Pablo II en Noviembre del 84. Sus
biógrafos dicen de esta mujer, que era de espíritu profundo,
inteligencia penetrante, original instinto de observación, riqueza de
sentimientos, expresión fácil cargada de vida y sobre todo una capacidad
sorprendente de asimilación.
Virtud característica: el recogimiento
interior. Medio eficaz de conseguir la divina intimidad: el olvido total
de uno mismo, la oración ininterrumpida, y el espíritu de inmolación,
en una configuración perfecta con Cristo Crucificado.
Meta definitiva de las aspiraciones de
su alma: ser en espíritu y en verdad “una perfecta alabanza de gloria ”
del Padre, del Hijo y del E.S.
De sus escritos entresacamos los siguientes párrafos:
“¡Oh Dios mío. Trinidad a quien
adoro! Ayúdame a olvidarme por completo de mi misma para establecerme en
Vos, de un modo tranquilo e inmutable, como si mi alma estuviera ya en
la eternidad.
Pacificad mi alma. Estableced en ella
vuestro cielo, vuestra dulce morada, el lugar de vuestro reposo. Que yo
no os dejé nunca solo, sino que me mantenga de continuo en vuestra
compañía con todo mí ser, mediante una fe viva, una adoración perfecta,
una entrega total a vuestra acción creadora.
¡Oh Fuego abrasador (Dt, 4,24)
Espíritu de Amor! descended a mi para que se realice en mi alma una
especie de encarnación del Verbo. Que yo sea para El una especie de
humanidad complementaria, en la cual pueda El renovar su Misterio.
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi
Bienaventuranza, Soledad infinita e Inmensidad en que me pierdo, yo me
entrego a Vos como una presa de amor; sumergíos Vos en mi para que yo me
sumerja en Vos, en tanto que llega el momento de ir a contemplar en
vuestra Luz el abismo de vuestras grandezas!”
Una obrera: Francisca Javiera del Valle.
Fue una pobre costurera de Carrión de los Condes (Palencia ) Murió en
Enero de 1930 (contemporánea nuestra) cuando acababa de cumplir 73 años.
Estuvo 38 años sirviendo generosa y
sacrificadamente en el taller de costura, adscrito al que fue
sucesivamente Colegio, Noviciado y Escuela apostólica de los P.P.
Jesuitas.
Por obediencia a su Director escribió
hermosos tratados de vida espiritual y se distinguió por la práctica
habitual y silenciosa de heroicas virtudes. Entre sus escritos leemos en
la DEDICATORIA de su Decenario al Espíritu Santo:
“Las tres Personas son Dios, sin que
por ser las tres Dios, haya tres dioses; Las Tres sois el único y solo
Dios a quien yo adoro, amo, alabo, glorifico, ensalzo y bendigo, sirvo,
reverencio y rindo todos los homenajes que Yo debo a mi Dios, Dueño y
Señor, reconociendo en las tres distintas personas el único Dios a quien
sirvo, por ser las tres distintas personas la sola Esencia Divina”.
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! ¡Ven como
luz e ilumínanos a todos! ¡en como fuego y abrasa los corazones, para
que todos ardan en amor divino! Ven, date a conocer a todos, para que
todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa
que existe digna de ser amada. Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como
Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente, ven como Nube y
cúbrenos a todos con tu protección y amparo, ven como lluvia copiosa y
apaga en todos el incendio de las pasiones, para que se abran en
nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste el día en que fuimos
regenerados en las aguas del Bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con
ella la sed de placeres que tienen todos los corazones; ven como Maestro
y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber
salido de nuestra ignorancia y rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita Bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amen.
NOTA
En estos días de preparación de la fiesta
de Pentecostés, es aconsejable leer y saborear espiritualmente la
poesía nº 7, de San Juan de la Cruz:
1. ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
2. ¡Oh cautiverio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.
3. ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
4. ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras:
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno
¡cuán delicadamente me enamoras!
Es una canción de enamorado, es una
plegaria al Dios Amor, una experiencia de lo divino; y también unas
vivencias místicas de este misterio inefable que leemos en la gran
doctora Sta. Teresa de Jesús, en el capitulo 38 de su vida, en los
números 10 y 11, y en el Capítulo 1º de las séptimas moradas en los
números 6 y 7.
La oración más solemne al Espíritu Santo,
es la de las vísperas de la Fiesta de Pentecostés (“Veni Creator
Espíritus”); es también la oración que se acostumbra a cantar en los
momentos más significativos del caminar eclesial, es decir, en el inicio
de asambleas, ejercicios espirituales, jornadas y celebraciones
especiales, ordenaciones sacerdotales, etc.
La oración más emotiva es un canto de
“meditación” sobre las lecturas de la Misa de Pentecostés (la
secuencia). Está llena de unción y deja entrever todo el amasijo de la
existencia humana concreta, que debe trasformarse por medio de la luz y
de la acción del Espíritu Santo.
La oración más conocida y usada es una
invocación densa y sencilla como son todas las colectas de la Liturgia.
Es la oración que acostumbramos a rezar al principio de las reuniones,
conferencias y encuentros. En pocas palabras se resume toda la acción
innovadora del E.S., en nuestro corazón y en la comunidad. . .
Es la oración que comienza con estas
palabras: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones y enciende en ellos
el fuego de tu amor”.
(Del libro de J. Ezquerda “el agua viva”)
En el seminario de Málaga se cantaba
hace años esta hermosa jaculatoria: Espíritu Santo, concédenos el gozo
de servir a la Madre Iglesia, de balde y con todo lo nuestro.
Pentecostés de 1987.