PÁRROCO-ARZIPRESTE DE LA BASÍLICA DE LA PURÍSIMA DE YECLA

Se conserva una carta preciosa en la que, ante las preocupaciones del nuevo cargo, le escribe a D. Dámaso el que entonces era su director espiritual, el Siervo de Dios José Soto: “Muy estimado en Cristo: … mi más sincera felicitación a la Parroquia de la Purísima, a todo el pueblo y a su Arciprestazgo. ¡Qué alegría me da este nombramiento!…. Qué gran providencia que al párroco de la Purísima le falten tantas cualidades como los hombres creen que son necesarias… Me dice que usted va con la seguridad de que el Señor será el párroco. ¡Qué alegría, qué alegría! qué pocos sacerdotes hay por desgracia, que digan eso con la sinceridad que usted lo dice y esa sinceridad es fruto de verse “pequeño y sin cualidades”. ¡Bendito sentimiento de pequeñez que le obliga a nombrar párroco al Señor! ¡Qué bien servida y segura irá la parroquia con tal párroco! “Cuando pienso en Yecla, dice, me da una angustia interior grande” ¿Tan pronto se ha olvidado del nombramiento de párroco que usted le acaba de dar? ¿No hemos quedado que es Él? Olvídese de Yecla y de sí mismo, para pensar sólo en el Señor. …Que se olvide de sí y se abandone en Él. Amén, Amén, Amén. Téngame al corriente de cuanto se le ocurra proyectar hacer, que es una necesidad de mi corazón ser el cirineo del párroco de La Purísima de Yecla. Suyo affmo: José Soto” (7-1-55).

En esta carta también podemos vislumbrar la humildad que adornaba la persona de D. Dámaso que repetía: “yo soy un hombre sin características”, pero del que Dios se sirvió para llevar a muchos a vivir una vida más evangélica.

Según relata D. Miguel Ortuño, Cronista oficial de la Ciudad de Yecla, tomó posesión D. Dámaso como párroco de la Purísima y Arcipreste de Yecla el 21 de febrero de 1955. Era un momento delicado, porque la feligresía amaba mucho a su antecesor, D. Manuel Pereira. Recuerda que, conocedor de la situación, el nuevo párroco, en sus primeras palabras lanzó tres ideas: “Vengo a continuar la gran labor de mi gran amigo D. Manuel”. “Hay que vivir obedeciendo todo lo que el Señor Obispo ordene, su voz es la voz de Dios”. Y por encima de todo, “hemos de tocar la tecla de la fe”. Como bien dice la Escritura: “Mi justo vive de fe”. (Rm 1,17)

Sus casi diez años que ejerció de párroco fueron fecundos en apostolado y vida cristiana:

Se revitalizaron las distintas ramas de Acción Católica, se cuidó la celebración del día del Papa, la semana de la familia, cursillos bíblicos y reuniones en verano de seminaristas yeclanos con jóvenes de la localidad.

También se potenció la participación en ejercicios espirituales, Semana Santa, los Cursillos de Cristiandad, la devoción filial a santa María y las fiestas de la Virgen del Castillo. Contaba con grato recuerdo, por las abundantes confesiones, que el precepto pascual para los yeclanos era la Fiesta de la Purísima.

Digno de recordar era su apostolado sobre espiritualidad familiar, con unos cuarenta matrimonios del pueblo.

Fundó D. Dámaso, muy amante de la liturgia, una Escolanía Parroquial, que solemnizaba las grandes fiestas del año litúrgico, profundizando en cada celebración en el misterio de Cristo, mediante la belleza del canto y de la liturgia celebrada siempre según la Iglesia.

Cuidó mucho la dimensión social de la caridad con Campañas de Navidad, Cáritas Interparroquial y colaboración con la creación del grupo de casas “Juan XXIII”, la construcción de las escuelas de San Nicolás y el Campo de deportes de la Juventud Católica.

Se restauró el atrio de la Basílica, y Muñoz Barberán finalizó las pinturas del templo. Quiso D. Dámaso que, dicho pintor, completase el grupo de cuadros de tema eucarístico de la capilla de la Comunión, con uno de San Juan, dándole la Comunión a la Santísima Virgen en las primeras celebraciones Eucarísticas de la Iglesia naciente, como más tarde, el Papa Juan Pablo II aludiría a este pasaje en Ecclesia de Eucaristía, llamando a la Virgen “mujer eucarística”.

Fueron también muchas sus horas de confesonario y su apoyo incondicional a los seminaristas; quizá el día más feliz de su estancia en Yecla fue el de la ordenación de tres sacerdotes en su parroquia. Desde allí salió para dirigir varias tandas de ejercicios espirituales, retiros y cursillos a seminaristas de Orihuela y de Murcia.

La fuerza de D. Dámaso era Jesucristo, al que él mismo había nombrado párroco al llegar a Yecla. El patio que unía la casa parroquial con la Capilla de la Comunión fue testigo del celo de aquel sacerdote “sin características”, que todas la mañanas muy temprano pasaba a hacer su oración ante el Sagrario. Podíamos recordar el responsorio del común de pastores que dice: “este es el que ama mucho a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”.

Este celoso pastor buscaba, que en sintonía con los mejores hijos de la Iglesia, su feligresía se uniera a esa inmensa multitud de testigos que “Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban” (Porta fidei 13).

Cuando se despidió de Yecla en 1964, contaba con el cariño de todos, marchando a Murcia como Director Espiritual del Seminario Diocesano de San Fulgencio.

Precisamente en Yecla el magistrado D. Antonio del Moral definió a D. Dámaso como “el buen pastor, tan divinamente espiritual como humanamente afable”.