Madres Concepcionistas Franciscanas de Algezares-Murcia

Son múltiples los testimonios que hemos podido recoger entre las Hermanas de la Comunidad, sobre D. Dámaso Eslava, Presbítero diocesano. Desde su estancia en la parroquia del barrio del Carmen en Murcia, hasta semanas antes de su muerte, gozamos de su amistad y cercanía.

De forma unánime las hermanas hemos querido plasmar, desde nuestros muchos años de contacto y servicio de D. Dámaso a esta Comunidad del Convento de San Antonio de Murcia, unas características de su persona, según nuestras vivencias:

  • Destacamos el inmenso amor a su  vocación sacerdotal, quería hacer vida la llamada de San Juan de Ávila a vivir la santidad propia del oficio sacerdotal pues es el lugar en el que Cristo viene glorioso a este mundo. Era un hombre enamorado profundamente de Cristo. 
  • Cuando celebraba la Eucaristía, era como si se revistiese de  mayor humildad, manifestando externamente un profundo recogimiento, transformación de su persona y reverencia al Misterio. Gozábamos mucho con sus celebraciones, que siendo sencillas como era él, nos dejaban en el alma llena de la alegría del Espíritu.
  • Cuando venía a darnos retiro, o cuando él venía hacer sus días de retiro, recordamos como dedicaba largas horas a la oración personal y a la lectura espiritual. Sus palabras calaban en nuestro interior: “No busquéis fuera de vosotras lo que vive dentro”. “Os animo a que cada día seáis  más fieles a la oración personal, al encuentro con Dios”.
  • Su don particular de “Director Espiritual”, hizo que muchas de nosotras le abriésemos el alma y nos dejásemos acompañar en el camino de una entrega más perfecta a la voluntad de Dios. Discernimiento vocacional, seguimiento, entrega día a día en el quehacer cotidiano, en todas las etapas D. Dámaso, sabía ayudarnos a discernir, clarificar y dar respuesta en el camino de la santidad a la  que siempre nos animaba incansablemente.
  •  D. Dámaso era capaz de expresarte lo más delicado, lo más costoso, lo más árido, de una manera que no sabías como, te hacia sacar lo mejor de ti misma y te ponía en camino, con paz y alegría.
  • Era muy humano, no le oímos nunca emitir un juicio, una palabra negativa contra alguien. Era para esto muy delicado y prudente.  Al contrario siempre encontraba virtudes que destacar en los demás. 
  • En el confesionario, mostraba ese rostro de Cristo acogedor, que diciendo lo que tenía que decir, confortaba al alma y robustecía el deseo de santidad y entrega. Tenía la capacidad de hacer lo complicado sencillo y lo triste alegre.
  • Desde su estancia en la parroquia del barrio del Carmen al acabar la Guerra Civil, recién ordenado sacerdote, lo recuerdan con este don en el confesionario Sor Clara Carrión y otras hermanas, quienes desde antes de entrar al convento se confesaban con D. Dámaso.
  • De los recuerdos más entrañables guardamos “la locura de amor” que tenía a la Virgen Madre. Con su sonrisa en los labios siempre que hablaba de María, nos estimulaba y enseñaba, como “siendo ella fiel discípula y teniéndola  por Madre y Maestra nada debéis  de temer”. En cualquier preocupación, en momentos de alegría o tristeza, nos indicaba que en el Corazón de la Virgen, lo encontraríamos todo, porque rebosaba a Dios. Inolvidable su devoción al Santo Rosario, que rezaba diariamente paseando o en la capilla, caminando siempre de la mano de María, saboreando con la Madre del cielo los misterios de Cristo, que iluminaban su vida. 
  • D. Dámaso era pobre, vivía austeramente, “¿Cristo pobre y yo sacerdote –otro Cristo- rico?” Compartía lo que tenía y nada se guardaba para si, ni tiempo, ni ideas,  ni  dinero, ni nada material. “Mi apoyo sólo puede ser Dios”. En esto era ejemplar. 
  • Queremos compartir algo que nuestra hermana sor Rosario,  contaba de D. Dámaso. En tiempo de la pos-guerra, aparte de llevar el consuelo espiritual con el sacramento de la comunión y confesión, a su padre que estaba enfermo y en cama,  al marcharse solía dejarle al enfermo debajo de la almohada, algo de dinero para pagar el gasto de medicinas que su enfermedad le hacia necesitar. A su madre, le daba palabras de consuelo y aliento, a sus hermanos y a ella misma les gastaba bromas distendidas, no haciendo nunca alusión a lo que dejaba de dinero y cuando le daban las gracias quitaba importancia. 


Toda la Comunidad le damos gracias a Dios por el regalo, que en  D. Dámaso nos hizo.