“Sacerdote fervoroso y de gran celo apostólico”.
Teníamos referencia de D. Dámaso Eslava
por el Siervo de Dios D. Diego Hernández González, pues habían sido
condiscípulos en el Seminario de San Fulgencio de Murcia.
Al morir D. Diego Hernández, el 26 de
enero de 1976, fue a través de los sacerdotes dirigidos del siervo de
Dios, que seguíamos teniendo referencias de D. Dámaso.

Aunque no he tenido la oportunidad de
hablar personalmente con él, las veces que lo he escuchado en el
locutorio con toda la comunidad, aprecié en él un sacerdote muy
fervorosos, con gran celo apostólico; su doctrina muy a lo San Juan de
Ávila, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y, por supuesto muy
fiel a las enseñanzas del Papa. Doctrina expuesta con gran claridad y
sencillez.
Supo transmitir a sus seminaristas su
propia vivencia de amor a Jesucristo, a la Santísima Eucaristía, su
tierno y filial amor a la Santísima Virgen, su amor y fidelidad a la
Santa Madre Iglesia y al Santo Padre el Papa.
D. Dámaso era muy sencillo, rezumaba un
“no se qué”, que hacía asequible la santidad y contagiaba el deseo de
ella. Resaltaba mucho en él su gran celo y amor apasionado, a lo
divino, por el sacerdocio. De ahí el exquisito cuidado espiritual de
los seminaristas, a los que traía con frecuencia para hacer con ellos
un día de retiro espiritual, cuyo último coloquio lo compartían con la
comunidad en el locutorio. Era para él y para nosotras un momento de
verdadero gozo ver a esos seminaristas llegar al sacerdocio y celebrar
en nuestro monasterio una de sus primeras Eucaristías.
D. Dámaso, al igual que su condiscípulo,
el Siervo de Dios, D. Diego, dejó en herencia a los que habían sido sus
seminaristas, hoy sacerdotes, un vínculo especial con el Carmelo. Una
entrañable unión fraterna en comunión de ideales de santidad. Como dice
muy bien nuestra madre Santa teresa de Jesús: “Porque andan las cosas
del servicio de Dios tan flacas que es menester hacerse espaldas unos a
otros los que le sirven, para ir adelante, según se tiene por bueno
andar en las vanidades y contentos del mundo” (Vida VII,22). Y en otro
lugar: “Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos
amamos en Cristo, que como otros en otros tiempos se juntaban en secreto
contra su majestad y ordenar maldades y herejías, procurásemos
juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros y decir en lo que
podríamos enmendarnos y contentar más a Dios; que no hay quien tan bien
se conozca a sí como conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado
de aprovecharnos” (Vida XVI, 7).
Aunque la cita es larga creo que ha
merecido creo que ha merecido la pena. Considero que el lenguaje de los
santos es el más apropiado y elocuente para designar estos lazos de
hermandad, que el tiempo no ha logrado sino anudarlos cada vez más
fuertemente, de modo que estos jóvenes sacerdotes que siendo
seminaristas, venían con D. Dámaso a nuestro locutorio, a nuestras
Eucaristías y festividades, transmiten a actuales seminaristas esta
fraterna vinculación espiritual.
¡Cómo se gozarán D. Diego y D. Dámaso ahora en el cielo con el doctorado de San Juan de Ávila!
Señor Jesús, Sumo y Eterno sacerdote, te
alabo y te doy las gracias por este don que me has concedido. Ya el
Siervo de Dios D. Diego Hernández, gustaba en repetir con su gracejo
murciano: “Nos codeamos con santos”: Sí, muchas gracias, Señor Jesús. Y
te suplico que no ceses de embellecer a tu amada Esposa, la Santa Madre
Iglesia con el don de la santidad en sus hijos, hoy en especial en D.
Dámaso, Pbro. Esta súplica la deposito en el Corazón Inmaculado de
María, la humilde Esclava, que tan por entero te pertenece y a quien
nada puedes negar.