Madres Carmelitas Descalzas de Elche

“Sacerdote fervoroso y de gran celo apostólico”.

Teníamos referencia de D. Dámaso Eslava por el Siervo de Dios D. Diego Hernández González, pues habían sido condiscípulos en el Seminario de San Fulgencio de Murcia.

Al morir D. Diego Hernández, el 26 de enero de 1976, fue a través de los sacerdotes dirigidos del siervo de Dios, que seguíamos teniendo referencias de D. Dámaso.

Antes de la muerte de la sierva de Dios María Isabel del Amor misericordioso, priora de esta comunidad, acaecida el 31 de octubre de 1987, el sacerdote D. Felipe Martínez López trajo una vez a nuestro convento de Orito a D. Dámaso, que volvió alguna vez más siendo priora la Madre María Elena de Cristo, con la que tuvo una frecuente relación epistolar. Colaborando también con su ayuda económica a la construcción del nuevo Monasterio en Elche, una vez trasladadas aquí D. Dámaso ha seguido visitándonos, acompañado de sacerdotes y seminaristas.

Aunque no he tenido la oportunidad de hablar personalmente con él, las veces que lo he escuchado en el locutorio con toda la comunidad, aprecié en él un sacerdote muy fervorosos, con gran celo apostólico; su doctrina muy a lo San Juan de Ávila, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y, por supuesto muy fiel a las enseñanzas del Papa. Doctrina expuesta con gran claridad y sencillez.

Supo transmitir a sus seminaristas su propia vivencia de amor a Jesucristo, a la Santísima Eucaristía, su tierno y filial amor a la Santísima Virgen, su amor y fidelidad a la Santa Madre Iglesia y al Santo Padre el Papa.

D. Dámaso era muy sencillo, rezumaba un “no se qué”, que hacía asequible la santidad y contagiaba el deseo de ella. Resaltaba mucho en él su gran celo y amor apasionado, a lo divino,  por el sacerdocio. De ahí el exquisito cuidado espiritual de los seminaristas, a los que traía con frecuencia  para hacer con ellos un día de retiro espiritual, cuyo último coloquio lo compartían con la comunidad en el locutorio. Era para él y para nosotras un momento de verdadero gozo ver a esos seminaristas llegar al sacerdocio y celebrar en nuestro monasterio una de sus primeras Eucaristías.

D. Dámaso, al igual que su condiscípulo, el Siervo de Dios, D. Diego, dejó en herencia a los que habían sido sus seminaristas, hoy sacerdotes, un vínculo especial con el Carmelo. Una entrañable unión fraterna en comunión de ideales de santidad. Como dice muy bien nuestra madre Santa teresa de Jesús: “Porque andan las cosas del servicio de Dios tan flacas que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven, para ir adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades y contentos del mundo” (Vida VII,22). Y en otro lugar: “Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos amamos en Cristo, que como otros en otros tiempos se juntaban en secreto contra su majestad y ordenar maldades y herejías, procurásemos juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos” (Vida XVI, 7).

Aunque la cita es larga creo que ha merecido creo que ha merecido la pena. Considero que el lenguaje de los santos es el más apropiado y elocuente para designar estos lazos de hermandad, que el tiempo no ha logrado sino anudarlos cada vez más fuertemente, de modo que estos jóvenes sacerdotes que siendo seminaristas, venían con D. Dámaso a nuestro locutorio, a nuestras Eucaristías y festividades, transmiten a actuales seminaristas esta fraterna vinculación espiritual.

¡Cómo se gozarán D. Diego y D. Dámaso ahora en el cielo con el doctorado de San Juan de Ávila!

Señor Jesús, Sumo y Eterno sacerdote, te alabo y te doy las gracias por este don que me has concedido. Ya el Siervo de Dios D. Diego Hernández, gustaba en repetir con su gracejo murciano: “Nos codeamos con santos”: Sí, muchas gracias, Señor Jesús. Y te suplico que no ceses de embellecer a tu amada Esposa, la Santa Madre Iglesia con el don de la santidad en sus hijos, hoy en especial en D. Dámaso, Pbro. Esta súplica la deposito en el Corazón Inmaculado de María, la humilde Esclava, que tan por entero te pertenece y a quien nada puedes negar.