D. Dámaso fue confesor de esta Comunidad muchos años. Era un gran santo, una persona juvenil para los tiempos actuales en que vivimos. Tenía un discernimiento especial para cada una de nosotras, pues antes de acabar de hablar con él de nuestras vivencias, ya sabía lo que tenía que contestarte, con mucho cariño y sinceridad. Su fe era muy grande porque estaba enraizado en Cristo y vivía constantemente unido a Dios.
Era muy humano y atraía a muchos
seminaristas, sacerdotes y seglares en el tiempo en el que estaba hospedado en
nuestra casa, que solía ser quince días en el mes de Agosto. Tenía un gran
sentido del humor. Era muy fervoroso y paternal. Era un hombre completamente de
Dios.
Nos consta que muchos seglares gracias a la
comprensión y acogida de D. Dámaso, se han acercado más a Dios, sobre todo en
la hora de la muerte. Una seglar, muy cercana a nosotras, dijo antes de morir
que D. Dámaso era su mejor amigo.
Era un hombre muy espiritual que atraía a las
personas y las alegraba en su sufrimiento. Nos edificaba internamente siempre
que lo veíamos junto al Sagrario. Ayudó mucho a la Madre Mª Teresa, nuestra
Abadesa anterior, en todos los sentidos. Le administró los últimos sacramentos
como un verdadero padre que envía a su hija a los brazos del Dios Eterno. Tenemos
muy presentes las palabras de S. Agustín “No llores si me amas…” en la primera
Misa de cuerpo presente de la M. Mª Teresa
que él mismo celebró.
Podríamos resumir nuestra experiencia con él
en estas palabras: Consolaba pero no adulando. Su piedad le hacía sentirse hijo
de Dios las veinticuatro horas del día y así nos lo comunicaba. Respetaba
profundamente a cada persona viendo en ella un reflejo de Cristo y nos
edificaba siempre su deseo de Dios.