Dios es alegría infinita y vivir en Dios es la fuente de la verdadera alegría. El camino de Dios es un camino alegre.
La vida interior era para D. Dámaso la fuente de su alegría continua.
Él hacía alegre la virtud. La alegría espiritual fue remo principal en la navegación de este sacerdote.
La Iglesia tiene la vocación de llevar la
alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera. Nuestro corazón
busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar “sabor” a
la existencia y sólo la encontraremos en Cristo.
“Mas esta fuerza tiene el amor, si es
perfecto: que olvida más nuestro contento por contentar a quien amamos. Y
verdaderamente es así, que, aunque sean grandisimos trabajos,
entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces” (SANTA TERESA,
Fundaciones, 5, 10).
Vivía una alegría contagiosa:
Alegría por saberse Hijo de Dios por el bautismo, amado por Él y elegido con un amor de predilección al sacerdocio.
Alegría por intentar imitar a Cristo cada día, de ser Cristo a los ojos del Padre, de ser sacerdote…
Alegría de ser mediador, hundido en la
Trinidad mediante la oración, la Misa, el Breviario… siempre a favor de
los hombres para introducirlos en el corazón de Dios.
Alegría de ser Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dispensador del perdón de Dios en el sacramento de la Penitencia.
Alegría del darse siempre a Dios,
consagrado en el celibato sacerdotal como participación en la Virginidad
fecunda de Cristo y de la Virgen.
Alegría de darse siempre a los demás,
desear ser pan de Dios para las almas y alegría de darlo todo, de vivir
pobre como Cristo: “Dios es mi única riqueza”.
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D. Dámaso con Mons. Ureña en una ordenación sacerdotal. Julio de 2003 |
Su larga vida, su prolongada experiencia,
sus vivencias, anécdotas enseñaron a muchos a vivir la alegría de la fe
y a dar sabor cristiano a la vida cotidiana.