Su amor a Dios se manifestaba en la
importancia de la oración como alma de su vida y de su vocación
sacerdotal. A las 7 de la mañana, todos los días, comenzaba el rezo del
Oficio Divino, la preparación de las lecturas del día, la Santa Misa, el
Rosario, la hora de oración personal y el Via Crucis como buen
discípulo del Maestro Ávila.
Con esta oración de ofrecimiento compuesta por él mismo comenzaba cada jornada: “Cada
momento de mi día, sea un acto de alabanza, adoración y acción de
gracias a Dios Padre; de amor y gratitud a Dios Hijo, nacido, muerto y
resucitado para mi justificación; de fidelidad a Dios Espíritu Santo, de
amor filial a María, para mayor gloria de Dios y la mayor utilidad de
la Santa Iglesia. Amen”.
La oración era su atmósfera, viviendo todo el día en presencia de Dios, que nos ama.
A lo largo de los años fue trabajándose
por adquirir virtudes, pues la espiritualidad bautismal supone arrancar
vicios y plantar virtudes. Tenía un gran dominio de sí, siendo muy fiel
hasta el final de su vida a su horario habitual. Es la fidelidad al
horario lo que permite al sacerdote dejar espacio para llenarse de Dios
con la oración, dándole prioridad en medio de los trabajos apostólicos
que, a veces, pueden desbordarle. En la Casa Sacerdotal D. Dámaso siguió
este horario los últimos años de su vida:
- 7: Oficio de lecturas, laudes y oración preparación de la Santa Misa.
- 8: 30 desayuno.
- 9: Paseo.
- 10: Santa Misa y acción de gracias, hora intermedia.
- 11: Atención a la dirección espiritual y confesiones.
- 14: Comida.
- 15: Información de noticias de actualidad y descanso.
- 16: 30: Lectura espiritual.
- 17: Santo Rosario.
- 17:30 a 19:30- Atención a la dirección espiritual y confesiones.
- 19:30 Vísperas.
- 20 a 21: Oración personal.
- 21: Cena.
- 23 Vía Crucis y completas.
- 23:30 Descanso.
Sobre la vida de oración D. Dámaso enseñaba: “Un alma sin oración es como fuente sin agua, como una fragua sin fuego o como sin timón un barco”. Por eso urgía siempre a sus dirigidos y a todo el que le pedía consejo: “déjalo todo (por hacer la oración), que no dejarás nada y le darás vida a todo”.
Al ayudar a los seminaristas en su vida
de oración les invitaba a prestar
mucha atención a la pureza de
corazón. La preparación a la oración hay que obtenerla, sobre todo, por
la pureza del corazón, mantenida en el trato familiar y fiel con el
Señor durante el día, deseo de oración y contacto con él.
Benedicto XVI, en su Carta a los Seminaristas del 18 de octubre de 2010 escribe: “Quien
quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un “hombre de Dios”, como lo
describe san Pablo (1 Tm 6,11). Para nosotros, Dios no es una hipótesis
lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del “big bang”.
Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos
el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos
habla. Por eso, lo más
importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida
sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo. El
sacerdote es el mensajero de Dios entre los hombres. Quiere llevarlos a
Dios, y que así crezca la comunión entre ellos. Por esto, queridos
amigos, es tan importante que aprendáis a vivir en contacto permanente
con Dios”. Y con Pablo VI nos repetía:” Amad, amad a Jesucristo y será vuestro Jesucristo”.