El trato con D. Dámaso Eslava fue de singular importancia para mi vida y mi vocación. Puedo decir que dejó en mí la huella del deseo de santidad como fuente de alegría, lo cual él sabía contagiar.
Así nos lo transmitió a las Vírgenes
Consagradas, considerando el gozo de servir a Dios, y la vida de unión a Dios por la oración y la
entrega de la propia virginidad como lo característico de nuestra vocación.
Cada semana teníamos una reunión de formación
con D. Dámaso, de la cual salíamos muy edificadas, y además mensualmente nos
daba un retiro en el que profundizábamos en el sentido de la vida cristiana,
del camino de la santidad y sobre la especificidad de nuestra vocación de
servicio y entrega a Dios.
Era patente el afecto que sentía por nuestro
carisma, y por eso cuidaba mucho de nuestra dirección y guía espiritual.
Ver a D. Dámaso era ver a un hombre muy de
Dios, siempre sonriente y siempre contento.