Dña. María Pérez Marco, Virgen Consagrada

Ya en vida consideraba a D. Dámaso como un sacerdote de gran talla y santidad, de hecho de mi subconsciente muchas veces me sale involuntariamente el decir “San Dámaso” al referirme a él.

Su alegría sana y jovial me pareció siempre su mejor testimonio, y así fue como en su velatorio me impactó la sonrisa de su cara, pues pienso que después de muerto seguía hablando de Dios. 

Escucharlo en sus pláticas y retiros me elevaba, era recibir alimento sólido que encendía en mí el fuego del amor de Dios. Vivía y saboreaba todo lo que nos decía, hasta tal punto que recuerdo una ocasión en la que lleno de devoción y piedad nos hizo cantar hasta tres veces el salmo “El auxilio me viene del Señor”, y no como mero capricho, sino que veíamos que efectivamente interiorizaba cada palabra y cada nota. 

Tenía el don de penetrar las conciencias para iluminarlas y guiarlas. Un día en un retiro, oraba yo ante el Sagrario largo rato, y me preguntaba interiormente si en verdad el Señor quería algo de mí. Fue entonces cuando D. Dámaso se acercó y me dijo: “María, el Señor te está pidiendo muchas cosas”, viendo en esto la respuesta de Dios a mis preguntas, pues el Señor quería la entrega plena e incondicional de mi vida.