Ya que tenemos una hija, Sor Inmaculada, religiosa del Monasterio de Benedictinas del Santuario de la Fuensanta, tuve la experiencia de coincidir algún verano con D. Dámaso, que se alojaba en la hospedería del Monasterio. Allí pasamos los mejores días de nuestra vida, ya que para nosotros D. Dámaso era todo un ejemplo de santidad y sabiduría espiritual y, además, gracioso.
De las muchas cosas que nos contaba, una
noche tomando el fresco en el jardín, recordamos que se emocionaba hablando de
la generosidad y la providencia de Dios. Nos decía que un día iba por la calle
y se encontró una familia con tres niños pequeños y la madre llorando, y les
preguntó qué les pasaba y le contaron que los echaban de la casa porque no
podía pagar. D. Dámaso les dijo: “venid conmigo al banco y lo que tengo, todo
para vosotros”. Sacó el dinero, (no nos dijo la cantidad), y les salvó la
situación.
Pero resulta que al tiempo, no sabemos
cuánto, tras la Santa Misa
en S. Lorenzo, donde la celebraba a diario, lo esperó una familia y le dijeron:
“D. Dámaso, queremos darle un donativo, pero para Vd.” Justo la cantidad que él
había dado a aquella familia, ni una peseta más.
Toda su vida fue una entrega a Dios hasta el
último día de su vida, que vivió en la casa sacerdotal, donde todos los días
celebraba la Santa Misa
en la mesa de camilla de su piso, de la que nos gustaba participar. Cuando
terminaba siempre decía: “mi pasado, mi presente y mi futuro están en manos de
Dios que me ama”. D. Dámaso, sabemos cierto que estás en el cielo. Ruega por
todos nosotros y por el mundo entero.