DIRECTOR ESPIRITUAL DEL SEMINARIO SAN FULGENCIO DE MURCIA

El 20 de junio de 1964 fue nombrado Director Espiritual del Seminario Diocesano Mayor de San Fulgencio y profesor de ascética y mística.  D. Diego Hernández felicitó a D. Dámaso por el nuevo nombramiento diciéndole: “Dámaso, ahora que el Señor te ha dado gusto, preocúpate tú de darle gusto al Señor en todo”. El padre espiritual del Seminario debe estar ciego, sordo y mudo y como grano de trigo “a  pudrirte en tu habitación, esperando a los seminaristas, para que tengan vida y vida en abundancia”.

Así intentó D. Dámaso vivir su estancia en el Seminario como Padre Espiritual, sin apenas hacer ruido, siendo muy fiel a la tarea encomendada por la Iglesia. Buscaba enmarcar la vida del Seminario en Nazaret: oración, trabajo, silencio, estudio, servicio… viviendo siempre la alegría de la fe.  Por las mañanas, antes que los seminaristas llegasen a la Capilla, allí estaba D. Dámaso a los pies del Maestro, tras haber hecho su oración y en seguida al confesionario, mientras que los superiores celebraban la Santa Misa.

Con la discreción y la alegría que lo caracterizaba, pasaba el día a disposición de los seminaristas, por los que velaba con solicitud paternal, dándoles incluso su propio dinero para las necesidades más urgentes. Llamando con insistencia a aquellos que se descuidaban en la frecuencia conveniente para una sana y coherente dirección espiritual.

El diálogo personal lo consideraba algo fundamental. Era muy ameno en la conversación, sabía escuchar, aconsejar y sobre todo buscaba elevar la mirada del que tenía delante a lo sobrenatural. Y con exigencia invitaba a luchar contra la mediocridad y a santificar el momento presente.

Imitar al Buen Pastor era el gran deseo de D. Dámaso e intentaba transmitirlo a los seminaristas: “imitar a Cristo pobre, orante, célibe, humilde, obediente, casto y Apóstol del Padre”.

En 1969 el Seminario Mayor de San Fulgencio pasó a Granada y D. Dámaso siguió como director espiritual del mismo hasta 1978, conjugando la atención a los seminaristas mensual o trimestralmente con la dirección de la casa sacerdotal. Allí tuvo la oportunidad de servir y desvivirse por los sacerdotes, animando y sosteniendo especialmente a los que vacilaban en su identidad o en su vocación, debido a la crisis postconciliar.

Creía firmemente que “sólo los santos sacan de apuros a la Iglesia de Dios”, y que el sacerdote diocesano, por haber recibido el sacramento del orden, tiene los medios y las gracias necesarias para vivir la santidad inherente al ministerio. Siendo la santidad de los presbíteros el motor de la verdadera reforma de la Iglesia de todos los tiempos. “Sólo los santos hacen creíble el Evangelio”.

Se tomaba muy en serio la cuestión de la dirección espiritual, como el mismo decía a los jóvenes: “Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira”.

Fue un gran Director Espiritual, pero primero y siempre un verdadero dirigido. Es clarísima la influencia tanto en él como en su compañero de curso el S. D. Diego Hernández, que tuvo otro Siervo de Dios, el Padre José Soto Chuliá, que animaba a los sacerdotes a imitar al entonces Beato Ávila: “De San Juan de Ávila para arriba”. Él les animó mucho con frecuentes visitas personales y convivencias sacerdotales, a vivir la santidad del Bautismo, que D. Dámaso predicaría hasta el fin de su vida: “Por el bautismo, santo y apóstol”.

La dirección espiritual tenía como base Palabra de Dios, en el Magisterio de la Iglesia y en tres santos principalmente: San Juan de Ávila, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, iluminando así la vida de los seminaristas que querían progresar en el seguimiento de Jesucristo en aquellos difíciles años del Postconcilio, mostrando, siempre en sintonía con el Papa, la verdadera identidad del sacerdote.

En esta etapa, y como preparación a la Canonización del Beato Juan de Ávila, fue elegido Delegado Diocesano por Don Miguel Roca Cabanellas, como un sacerdote de gran categoría apostólica, dispuesto a trabajar intensamente por mostrar al Maestro Ávila como modelo de sacerdote postconciliar y de llevar a la práctica, en la Diócesis de Cartagena, cuantas disposiciones emanasen de la Comisión episcopal. Con tal motivo fue la única vez que D. Dámaso, junto a su gran amigo D. Diego Hernández y demás sacerdotes diocesanos, viajó a la Ciudad Eterna.

Algunos sacerdotes y seminaristas, viendo la ilusión de D. Dámaso con la canonización del Beato Ávila y cómo les inculcaba la lectura de sus obras, bromeaban diciéndole que “por su culpa habían canonizado a San Juan de Ávila”.