Cuando D. Dámaso llegó a San Pedro del
Pinatar yo tenía 7 años, acababa de hacer la Primera Comunión, era el
año 1951. Pero su presencia sacerdotal ha sido una huella imborrable en
mi vida.
Lo caracterizaba una gran dulzura de
carácter, nunca lo vi enfadado, su dulzura era natural nunca fingida. Lo
definiría como un hombre con gran mansedumbre.
No estaba ajeno a los problemas de las
personas del pueblo. Era fácil verlo en la calle, visitando enfermos y
si sabía de personas con problemas procuraba visitarlas. No era su vida
únicamente su Iglesia y su despacho, lo veíamos “patear” su parroquia.
Era profundamente humano.
Recuerdo que contaban una anécdota las
señoras encargadas del ropero parroquial. En cierta ocasión le compraron
unos pantalones nuevos porque tenía muy poca ropa, y la que tenía muy
manida, pero al ver llegar a su puerta un pobre mal vestido los
pantalones nuevos fueron para él. Era un sacerdote generoso, que sin
hacer ruido lo daba todo a los más pobres.
Dámaso al llegar a San Pedro del Pinatar,
impulsó mucho todas las ramas de Acción Católica: Infantil, juvenil y
de adultos. El despacho parroquial estaba siempre abierto, allí teníamos
las reuniones de Acción Católica. El párroco siempre procuraba estar
presente y conocer personalmente a sus ovejas y aunque éramos niños,
aquellos encuentros que desprendían sabor a Evangelio, sin darnos cuenta
iban formando en nosotros un corazón creyente. Estábamos a gusto con
él.
Es de justicia resaltar que de su labor apostólica brotaron numerosas vocaciones sacerdotales.
Era un hombre íntegro, vivía lo que
predicaba, parafraseando el evangelio que dice: “Por sus frutos los
conoceréis”, yo diría de D. Dámaso: “Por sus hechos lo conoceréis”. Sus
obras y su entrega día a día ponían de manifiesto su gran fe y su amor a
la Santa Madre Iglesia.
Proponía pero no exigía, nos señalaba la
meta alta a la que Dios nos llama por el bautismo: la santidad. Pero era
profundamente respetuoso con cada persona. Su vida de entrega y su
deseo de imitar a Jesucristo, buen pastor, despertaba la conciencia
cristiana tantas veces dormida o descuidada.
En su vocación sacerdotal la obediencia
al Obispo estaba por encima de todo, para él era como una brújula que le
indicaba el camino certero de la voluntad de Dios. Cuando se enteraron
en el pueblo de su traslado a la Parroquia de La Purísima de Yecla, fue
una comisión de personas a hablar con él, porque era muy querido , para
ver si deseaba quedarse y entonces ellos intentar evitar dicho
traslado; se trataba de un grupo de personas influyentes. Pero D.
Dámaso les recordó que la obediencia es una promesa inherente a la
ordenación sacerdotal y para él era de fe, aunque no dejara de costarle
tener que salir, seguir puntualmente la voluntad de Dios. “La voluntad
del obispo está por encima de mis deseos personales”.
Era frecuente que mis paisanos mayores lo
recordaran diciendo: “Por San Pedro ha pasado un Ángel”. Su presencia
sacerdotal marcó un antes y un después en la parroquia.
Yo lo quería a pesar de los muchos años
que no lo veía. Que desde el cielo interceda por mí, por mi familia y
por mi pueblo. Lamentando mucho no haber ido a verlo en sus últimos años
de existencia.
Le doy las gracias a los sacerdotes que me han brindado la oportunidad de recordar a este gran hombre de Dios.