Quisiera resaltar en estas breves líneas
la figura sacerdotal de D. Dámaso a quien mucho debo por tanto bien que
me hizo. Fue mi director espiritual en el Seminario Mayor de San
Fulgencio de Murcia desde el año mil novecientos sesenta y cuatro hasta
culminar los estudios sacerdotales cinco años después. Una vez ordenado
de sacerdote, conté con su valiosa ayuda como consejero y confidente
espiritual, lo cual es de gran importancia sobre todo en los primeros
años de sacerdocio.
Poseía D. Dámaso una larga y ejemplar
trayectoria de ministerio sacerdotal al asumir el cargo de Director
Espiritual de nuestro Seminario, pues desempeñó el cargo de párroco en
varias parroquias, siendo el más reciente el de Párroco Arcipreste de la
Basílica de Yecla.
Reconozco como una gran suerte, una
gracia de Dios, haber tenido de director espiritual durante varios años a
este buen sacerdote. A partir del tercer curso de Filosofía y durante
los cuatro de Teología, como estaba establecido, pasé con cierta
frecuencia por la dirección espiritual. De esta manera exponíamos a D.
Dámaso nuestra situación personal en un tema tan delicado e importante
como era nuestra relación con Dios, los problemas y situaciones en que
nos encontrábamos, etc. Siempre encontrábamos en D. Dámaso la
orientación, el consejo oportuno, la palabra adecuada para disipar
dudas, para discernir y avanzar en la vocación. A través de esas
frecuentes entrevistas fui conociendo la figura entrañable, sencilla de
este hombre de Dios, austero, de trato cordial y afable. Era un
auténtico Padre Espiritual, consciente de que nuestra formación al
sacerdocio exigía, además de una sólida formación filosófica y
teológica, una recia e intensa vida de piedad alimentada con lecturas
apropiadas y con la oración.
- Dámaso siempre me alentó a seguir adelante en el camino emprendido. Tengo la presunción de que, tanto en otros compañeros como en mí, pudo vislumbrar los signos de una verdadera vocación. Puso gran interés en acercarnos a la figura de Jesucristo, Buen Pastor, inculcándonos el trato frecuente con Él en la Eucaristía y aconsejándonos acudir semanalmente al sacramento de la Reconciliación.
Tomó muy en serio su labor orientadora y
supo ofrecernos una formación espiritual sólida y adecuada. Con su
testimonio ejemplar, nos invitaba a tomar como ejemplo a figuras tan
relevantes en materia de oración a santos españoles como Santa Teresa de
Jesús, San Juan de la Cruz y, muy especialmente, como diré más
adelante, San Juan de Ávila. También nos ofrecía el ejemplo admirable
del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, modelo de sacerdote, de
intensa vida de oración, que se sometía a duras penitencias, que atraía
a la parroquia de Ars a numerosos fieles que buscaban el sacramento de
la Reconciliación, pues ya en vida tenía fama de santo.
La formación que D. Dámaso nos ofrecía en
el trato personal con él se completaba con las pláticas que nos dirigía
con cierta regularidad y en ocasiones especiales. Solía hacer hincapié
en que fomentáramos la devoción entrañable y filial a la Stma. Virgen
María. Había sólidas razones para tener esta devoción, pues así lo
exigía nuestra solemne Consagración a la “Señora”. Era muy emotiva la
ceremonia de esta Consagración que tenía lugar en el mes de mayo al
comienzo de los estudios en el Seminario Mayor.
Mucho nos ayudó con sus pláticas de tema
mariano, pues la devoción a la Stma. Virgen María, la Madre Sacerdotal,
era y es imprescindible para avanzar y madurar en la vocación, como
también lo es para lograr la perseverancia en el ministerio sacerdotal.
Ante cualquier duda o problema que sintiéramos, él nos ayudaba a disipar
dudas, a eliminar escrúpulos, a sortear obstáculos, a recurrir siempre a
la oración.
Tenía una sólida y amplia formación
espiritual. Con mucha frecuencia recurría al Magisterio de la Iglesia y
nos ofrecía las enseñanzas emanadas de las Encíclicas papales de tema
sacerdotal. Estaba al corriente de los documentos que iban saliendo del
Concilio Vaticano II, de manera especial los que más contribuyeran para
nuestra formación.
Junto a este frecuente recurso a la
doctrina de la Iglesia, dado que era un entusiasta y fervoroso admirador
del entonces “Beato Maestro Ávila”, hoy elevado a los altares San Juan
de Ávila, nos recomendaba que leyéramos sus escritos, incluso que los
consiguiéramos, pues en ellos encontraríamos doctrina y ejemplos de gran
provecho, dada la profundidad de sus mensajes y el admirable ejemplo
del que fuera reconocido como “Apóstol de Andalucía”, calificativo
apropiado por haber desarrollado su misión evangelizadora en tierras
andaluzas, especialmente en Montilla (Córdoba). D. Dámaso tuvo la gran
alegría de participar en mayo de mil novecientos setenta en la
canonización de S. Juan de Ávila, la cual tuvo lugar en Roma bajo el
pontificado del Papa Pablo VI.
Un motivo especial de gratitud hacia D.
Dámaso es que tuvo a bien predicar en mi Primera Misa. Fue en mi pueblo
natal, Bullas, el día cinco de junio de mil novecientos sesenta y nueve.
Ante esta prueba de especial afecto y amistad, mi respuesta no podía
ser otra que mantener el contacto con él y seguir acudiendo a él con
cierta frecuencia, tanto en los primeros años de sacerdocio como
posteriormente cuando tuve que desempeñar cargos de mayor
responsabilidad.
En los sucesivos años de ministerio
sacerdotal tuve ocasión de tratar con D. Dámaso para comunicarle mis
experiencias, dificultades, los cambios que se producían con motivo de
los sucesivos traslados, etc. Él fue en esta etapa de mi vida
confidente y guía experto, acompañante seguro siempre dispuesto a
escuchar y a compartir alegrías, esperanzas y proyectos que iba
encontrando a lo largo del camino. Parecía tener la convicción de que es
el Espíritu Santo quien sugiere, orienta e impulsa nuestro
comportamiento, y a él le correspondía aprobar y alentarnos en todo
aquello que entendía como obra de Dios.
En alguna ocasión, a la vista de ciertos
obstáculos en el complicado servicio a la gente, siempre ponía el acento
en lo fundamental: Hay que servir a la gente lo mejor que podamos,
sintiendo nuestra limitación, ya que no está en nuestra capacidad
resolver todos los problemas que se nos presentan. A este respecto solía
emplear aquella frase muy suya: “No nos limitemos a ser buenos
trabajadores en la viña del Señor, sino a ser buenos amigos (de Él)”.
También decía para destacar el trabajo del sacerdote en alusión al
Salmo…. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los
albañiles”, a lo que D. Dámaso añadía: “Pero si no hay albañiles, el
Señor tampoco construye la casa”.
Al tercer año de ser sacerdote, después
de mi primer destino como coadjutor de la parroquia de San Pablo en
Abarán, fui nombrado coadjutor de la parroquia de la Purísima de Yecla.
Cómo se alegró D. Dámaso de este nombramiento, ya que él, como queda
dicho, fue párroco de esta parroquia, de donde salió al ser nombrado
Director Espiritual.
Así pasaron varios años con otras
experiencias en distintas parroquias de la diócesis, hasta que en el año
mil novecientos ochenta y uno, con el consentimiento del obispo de
entonces D. Javier Azagra Labiano, marché a Honduras donde ya había
varios compañeros sacerdotes. La distancia no fue obstáculo para tener
comunicación con D. Dámaso. A él le agradaba tener noticias de nuestra
actividad sacerdotal en aquellas tierras lejanas, por lo que me
comunicaba con él por carta. También pude tratar con él directamente
cuando venía a España en vacaciones.
Así transcurrieron varios años y la salud
de D. Dámaso se iba deteriorando cada vez más, pero esa debilidad
física no le afectaba para atender y orientar a quien acudía a él en
busca de ayuda. En agosto de dos mil tres, encontrándome en Honduras,
pasó a la Casa del Padre este buen sacerdote, “Siervo bueno y fiel”.
Cuánto sentí no estar presente en aquella ocasión. Hoy, al recordar el
aprecio que me demostró en vida, estoy persuadido de que nos seguirá
ayudando con su intercesión a todos aquellos que solíamos acudir a él
mientras vivió en este mundo.
Ciertamente, mucho más podría decir de D.
Dámaso movido por la gratitud que le tengo por tantos años de trato con
él. En este breve y sencillo bosquejo de lo que ha significado para mí
el contacto con este sacerdote excepcional, doy gracias a Dios por
haberlo puesto en mi camino durante la etapa del seminario y a lo
largo de muchos años de mi vida sacerdotal.
Juan Matías Caballero Caballero
Sacerdote de la Diócesis de Cartagena enviado como misionero a la Parroquia de San Pedro y San Pablo.
LA LIMA, CORTÉS
DIÓCESIS DE SAN PEDRO SULA
HONDURAS, C. A.