Tuve la dicha inmensa de conocer y tratar
a Don Dámaso durante ocho años, período en el que fue mi Director
Espiritual. De toda esa experiencia señalo algunas ideas.
Destacaba en él una alegría y un
optimismo sobrenatural. No había acontecimiento que turbara su ánimo, a
lo sumo le hacía pensar durante unos segundos, tiempo tras el cual era
capaz de descubrir las oportunidades de cada situación adversa. En no
pocas ocasiones, sabía relativizar todas nuestras cuitas y zozobras con
un sano sentido del humor, motivo por el cual tenía un don especial para
consolar, una palabras suya era un fuerte acicate para seguir adelante.
Junto a esto, tenía un profundo
discernimiento, que mostró en más de una ocasión. Al conocerle le expuso
mis dudas sobre mi vocación, y a pesar de haber hablado apenas unas
brevísimas palabras, me señaló su convicción al respecto. Enormemente
sorprendido le señalé que no me conocía, a lo que él respondió que tenía
mucha experiencia. Y era verdad, pero no se trataba de una experiencia
cualquiera, sino de una experiencia desde Dios, desde la intimidad de
Dios.
Además es indudable afirmar que todas sus
virtudes procedían de su profunda comunión con Dios. Era una delicia
verle al hacer su oración de la tarde en contemplación ante el Sagrario
en la capilla de la Casa Sacerdotal. Notable era su sensibilidad ante el
dolor que causan a Dios los pecados de los hombres, motivo por el que
rezaba a diario el Vía Crucis, en reparación por muchos pecados.
Tampoco faltaba en él un notable celo
pastoral. Se preocupaba notablemente por los sacerdotes y los
seminaristas, así como de los que tenían inclinaciones y aún no habían
entrado en el seminario. Inolvidables son los retiros en cualquier
monasterio, en los que nos hablaba incesantemente del amor de Dios y de
la dicha de ser hijos de Dios.
En otro aspecto, era encomiable su amor a
la Iglesia y su espíritu de obediencia. Nos animaba siempre a obedecer a
los superiores del seminario, aunque algunas de sus decisiones nos
parecieran poco comprensibles humanamente hablando.
Mi experiencia es pobre y pequeña, otros
compañeros le conocieron más años y con mayor intimidad, testimonios que
se irán recogiendo. Simplemente he recordado su paso por mi vida como
bendición de Dios de modo breve y sintético, para recuerdo de su
memoria.