D. José Miguel Nadal Beltrán, Sacerdote Diocesano

“Un sacerdote que te envolvía de una atmósfera divina”.

Uno de los grandes regalos que el Señor me ha hecho en mi vida fue conocer a D. Dámaso Eslava Alarcón.  En septiembre de 1988 después de hacer unos ejercicios espirituales con quince años, fue la madre María Campillo Hurtado (superiora y fundadora de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia en Rincón de Seca) la que me recomendó visitar a D. Dámaso e iniciar con él la andadura del espíritu con su dirección espiritual. Dicho sea de paso allá donde hay un santo siempre hay más. Desde el cielo seguro que la madre María y D. Dámaso gozan al ver a su hijo sacerdote del Señor y de la santa Madre Iglesia.

Desde el primer momento tuve claro que el venerable D. Dámaso guiaría mi vida espiritual. Después de un año de trato semanal le dije que el Señor me llamaba a la vida sacerdotal, pero D. Dámaso con su sabiduría espiritual y con santa risa irónica me dijo: “tu tienes que ser un cristiano santo, lo primero es la vocación cristiana y la santidad, lo de ser cura ya se verá”. Y tanto que se vio, pues este santo sacerdote me acompañó toda la etapa de seminario y los cuatro primeros años de sacerdocio hasta que el Señor lo llamó a la casa del Padre.

Dámaso siempre me transmitió fe, alegría, fidelidad al Señor, a la Iglesia Católica, la importancia de la Eucaristía diaria, la confesión frecuente, la dirección espiritual, el entrañable amor y devoción a la santísima Virgen María, la lectura de la vida de santos, san Gabriel de la Dolorosa, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, el santo cura de Ars, san Juan de Ávila (fundamental para el sacerdote diocesano me insistía muchas veces).

Recuerdo que en las ocasiones que no le avisaba que iba a ir a hablar con él lo encontraba siempre en la capilla de la casa sacerdotal en oración. Era un sacerdote que te envolvía en la atmósfera Divina. Siempre con la sonrisa en el rostro y es que como le gustaba decir “un cristiano triste, es un triste cristiano”. En muchas ocasiones me decía: “no te encarnes y veras…” y es que le gustaba distinguir entre “encarnarse o encarnizarse” pues “al mundo le hacen falta curas encarnados al estilo de Jesucristo”. Nunca escatimó en gastar su dinero en ayudas a seminaristas, sacerdotes y a sus pobres, pues tenía familias necesitadas a las que ayudaba regularmente con compras de alimentos, eso si procurando que no lo supiese nadie. Puede presenciar en más de una ocasión sus generosas limosnas, pues le sucedía lo que a los santos. Si daba una cantidad de dinero por un lado, por otro la Providencia le hacia llegar la misma o mayor cantidad.

Dámaso era un enamorado de la vida sacerdotal y religiosa, sin descuidar a los laicos. Una de sus consignas permanentes, junto a la de “tener la ideas claras”, era la de “una vocación sacerdotal sin oración y limpieza moral, o se debilita, a se pierde, o se arrastra penosamente, o queda reducida a un fuego fatuo que poco después de la ordenación sacerdotal se va evaporando, con desaliento y tristeza de quien recibió en esa condición la ordenación”.

Muchas veces me decía: “tu primer feligrés a quien has de cuidar, predicar y exigir vida cristiana, de oración y mortificación eres tu mismo”. Sus muchos consejos, sus escritos, pero sobre todo el ejemplo de su vida sacerdotal: la meditación de la Palabra de Dios, la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, la devoción a la Señora –La Reina de los Corazones- y su querer ser apóstol de Jesucristo hasta el final de su vida, me ayuda, me estimula y alienta a vivir el sacerdocio ministerial.

Siempre recordaré la homilía que predicó en mi primera Misa, de la cual añado lo que sigue: “la Virgen María es Madre sacerdotal, ella es la basílica donde Jesús fue ordenado sacerdote, ungido por el Espíritu Santo”…Un hombre ateo al que preguntaron que había visto en el cura de Ars dijo: he visto a Dios en un hombre”… “El sacerdote ha de ser hombre de oración continua con el rezo del Oficio Divino”,  y citando a san Juan de Ávila, recordaba: “que no se atreva nadie a ordenarse sacerdote si antes  no tiene experiencia de oración”… El sacerdote es un hombre contemplativo, y ¿que es la contemplación? San Juan de Ávila nos dice que es descansar el pensamiento en Dios con una sencilla atención a Dios” pero esta contemplación se consigue con largos ratos de oración añadía D. Dámaso. “El alma del sacerdote es como un incensario siempre encendido que perfuma con su oración el cielo”. Y sobre la Eucaristía insistía que la celebrase diariamente y que “la mejor homilía de un cura sobre la Eucaristía es cuando el sacerdote esta largos ratos de oración ante el sagrario, que tus feligreses te encuentren orando ante el sagrario”.

Tendría muchas anécdotas que contar de un gran hombre, de un buen cristiano y de un santo sacerdote pero termino este breve testimonio con una de sus consignas dada el 24 de Julio de 1991:
“Vivir siempre alegremente es perpetua juventud.

Cristo es la Vida.
El Pecado es la muerte.
Comenzar a vivir es algo,
Continuar viviendo es mucho;
Asegurar la Vida eterna es todo”.