(Cardenal Suhard).
Mi trato con D. Dámaso Eslava comenzó en
los primeros años de mi ministerio sacerdotal. Terminados los estudios
eclesiásticos en Salamanca, me incorporé a la Diócesis con el deseo de
entablar una genuina amistad con los hermanos presbíteros. Sin embargo,
en esta primera etapa, mis encuentros con D. Dámaso fueron ocasionales.
Hacia los años de 1970, siendo él Director de la Casa Sacerdotal, –
entonces en el edificio de la antigua Convalecencia -, y yo también
residente en la misma, fue cuando el trato se hizo cotidiano y la
amistad llegó a consolidarse, sincera y profunda, por parte de los dos.
¿Cuál era el perfil sacerdotal de D.
Dámaso? Sería largo tratar de presentar, una a una, todas las virtudes
humanas y sobrenaturales de su rica personalidad. Con todo, pronto
descubrí un rasgo que creo daba unidad a toda su vida: su total
disponibilidad y entrega a cuantos acudían a él. Esta apertura la
ofrecía a todos, seglares y sacerdotes, si bien su carisma ministerial
estaba fuertemente impregnado por una especial solicitud por los
sacerdotes y los jóvenes que se preparaban para el sacerdocio.
No era un hombre desligado de todo. Había
algo que le ataba fuertemente: acompañar a los hermanos que lo
necesitaban, sin regatear tiempo. Como el Maestro junto al pozo de
Sicar, derrochando paciencia e intuición espiritual, trataba de hacer
aflorar las raíces profundas que frenaban en las almas el seguimiento
del Señor.
Con su estilo sereno y su palabra
apacible, tantas veces incluso impregnada de fino humor, sabía ser, como
Jesús, un hombre de fuego. Tenía muy presente las palabras evangélicas
“he venido a traer fuego a la tierra” y quería contagiar la luz y el
ardor del Espíritu. Buscaba ofrecer un bien sin igual: sembrar una sana
inquietud, dispensar una sed y un hambre nuevas. No se trataba de
fomentar un miedo malsano en las conciencias, ya turbadas por otros
motivos. La inquietud que quería sembrar era el verdadero “temor de
Dios”, que es el “comienzo de la sabiduría”.
En pocas palabas. Era D. Dámaso un hombre
plenamente consciente del ”carácter” sacerdotal impreso en su alma. En
todo lo que hacía, en todo lo que era, conscientemente o no, dejaba
transparentarse y hacia presente, con las limitaciones de la condición
humana, a su Maestro y Señor.