D. José María Lozano Pérez, Canónigo Prefecto de Liturgia de la S. I. C. de Murcia

“El más alto mensaje que transmite el sacerdote es su vida entregada”.
(Cardenal Suhard).

Mi trato con D. Dámaso Eslava comenzó en los primeros años de mi ministerio sacerdotal. Terminados los estudios eclesiásticos en Salamanca, me incorporé a la Diócesis con el deseo de entablar una genuina amistad con los hermanos presbíteros. Sin embargo, en esta primera etapa, mis encuentros con D. Dámaso fueron ocasionales. Hacia los años de 1970, siendo él Director de la Casa Sacerdotal, – entonces en el edificio de la antigua Convalecencia -, y yo también residente en la misma, fue cuando el trato se hizo cotidiano y la amistad llegó a consolidarse, sincera y profunda, por parte de los dos.

¿Cuál era el perfil sacerdotal de D. Dámaso? Sería largo tratar de presentar, una a una, todas las virtudes humanas y sobrenaturales de su rica personalidad. Con todo, pronto descubrí un rasgo que creo daba unidad a toda su vida: su  total disponibilidad y entrega a cuantos acudían a él. Esta apertura la ofrecía a todos, seglares y sacerdotes, si bien su carisma ministerial estaba fuertemente impregnado por una especial solicitud por los sacerdotes y los jóvenes que se preparaban para el sacerdocio.

No era un hombre desligado de todo. Había algo que le ataba fuertemente: acompañar a los hermanos que lo necesitaban, sin regatear tiempo. Como el Maestro junto al pozo de Sicar, derrochando paciencia e intuición espiritual, trataba de hacer aflorar las raíces profundas que frenaban en las almas el seguimiento del Señor.

Con su estilo sereno y su palabra apacible, tantas veces incluso impregnada de fino humor, sabía ser, como Jesús, un hombre de fuego. Tenía muy presente las palabras evangélicas “he venido a traer fuego a la tierra” y quería contagiar la luz y el ardor del Espíritu. Buscaba ofrecer un bien sin igual: sembrar una sana inquietud, dispensar una sed y un hambre nuevas. No se trataba de fomentar un miedo malsano en las conciencias, ya turbadas por otros motivos. La inquietud que quería sembrar era el verdadero “temor de Dios”, que es el “comienzo de la sabiduría”.

En pocas palabas. Era D. Dámaso un hombre plenamente consciente del ”carácter” sacerdotal impreso en su alma. En todo lo que hacía, en todo lo que era, conscientemente o no, dejaba transparentarse y hacia presente, con las limitaciones de la condición humana, a su Maestro y Señor.