Conocí a D. Dámaso, siendo seminarista y me
hizo de diacono en mi Primera Misa en el año 1947. Él era coadjutor del Carmen,
y yo, después de dos años de cura en dos pueblecitos de la Mancha albacetense, volví
de coadjutor al Carmen con D. Dámaso. Allí teníamos mucho trabajo desde las 7
de la mañana hasta las 2 de la tarde. Estábamos confesando en la Misa que decía el Sr. Cura,
D. Mariano Aroca hasta que terminaba la Misa de 9'30 y, después, a atender al despacho Parroquial
y la administración de los últimos Sacramentos. Como la Parroquia era muy grande,
pues abarcaba lo que hoy son diez Parroquias: La Purísima, en la carretera
de Alcantarilla, San Pío X, en la carretera del Palmar, Santiago el Mayor, en
el camino de AIgezares, Los Dolores, en la carretera de Beniaján... Había días
en los que dábamos el Viático y la
Unción de Enfermos a 10 personas.
En la huerta de Murcia, a donde íbamos en una
tartana, algunos domingos hacíamos hasta 16 bautizos, uno por uno. Los
entierros, con despidos en la calle y habiéndoles ido a recibir a casa o cerca
de casa, llegamos a tener en un sólo día, ocho entierros. Los entierros de
primera hora, los hacía D. Dámaso y los de segunda hora, yo. Y, así, seguíamos
toda la tarde hasta las nueve de la noche, atendiendo al confesionario y a los
Movimientos de Acción Católica.
Tengo que decir que por la mañana, en medio
del trabajo, nos escapábamos, D. Dámaso y yo, uno antes y otro después, a la Capilla de la Comunión para hacer, por
lo menos, una hora de oración personal. A los dos años, salió D. Dámaso para
San Pedro del Pinatar y yo para Monteagudo.
Antes de seguir mis relaciones con D. Dámaso
hablaré de otras cosas muy interesantes para la vida de D. Dámaso y para la
mía. Un venerable sacerdote, que había sido Padre Espiritual del Seminario de
Málaga, llamado: D. José Soto, empezó con un Movimiento, o mejor llamado,
espiritualidad sacerdotal, que proponía tres consignas en la vida sacerdotal:
oración personal, pobreza y atención preferente a sacerdotes y seminaristas.
D. José, estaba relacionado con algunos
sacerdotes de Lérida, algunos de la
Diócesis de Orihuela y en nuestra Diócesis de Cartagena, estaba
el que hoy es Siervo de Dios, D. Diego Hernández, D. Dámaso, Don Pedro Espallardo
y un servidor. Yo me incorporé a este grupo por el año 1951.
Más tarde, estando D. Dámaso en Yecla,
tuvimos en el Castillo, donde se venera la Purísima, Patrona de Yecla, una convivencia
dirigida por el Padre Soto, a la que asistieron entre otros, el seminarista: D.
José Delicado Baeza, actual Arzobispo Emérito de Valladolid. En otra ocasión,
participamos en unos Ejercicios Espirituales, en una Casa particular, que nos
los dirigió D. Alberto, Director Espiritual del Seminario de Málaga.
En esta corriente de espiritualidad
sacerdotal se daba mucha importancia a la Dirección Espiritual
y, siguiendo el Código del 17,
a la
Confesión semanalmente, y se solía hacer.
Con estas inspiraciones, el Padre Soto, había
fundado dos Movimientos de Mujeres llamados: las Teresas y las Avilítas, para
el servicio de los sacerdotes. Las Teresas, se encargaban de cuidar la casa de
los sacerdotes y de atenderlos a ellos. Las Avilistas, iban a los pueblos donde
los sacerdotes las llamaban y les proporcionaban casa para atender a las mujeres
de las Parroquia y a las jóvenes. Para ellas, no disponían de nada y comían de
lo que la buena gente les llevaba. Si no le llevaban nada, pues no comían.
Estas consagradas hacían una labor espiritual y humana fenomenal. D. Dámaso las
tuvo en Yecla.
El Siervo de Dios, D. Diego Hernández y D.
Dámaso formaban un tandem, dedicados principalmente a los sacerdotes y a los seminaristas.
Ambos fueron en sus respectivas Diócesis. Directores de la Unión Apostólica,
que atiende a los sacerdotes del Clero Secular.
Yo tuve a D. Diego de Director Espiritual
desde el 1951, hasta su muerte en el año 1976. Después de una temporada, tuve a
D. Dámaso de confesor y director espiritual hasta su muerte, también. D. Dámaso,
estando yo en Villa Pilar, después de un infarto, un sobrino mío, lo subía
todas las semanas a Villa Pilar a confesarme.