Ejemplo de vida cristiana y caridad sacerdotal.
Cuando me pidieron que escribiera sobre
D. Dámaso sentí profunda alegría pero a la vez inquietud. Pensé, cómo
iba yo a resumir todo un proceso espiritual y la experiencia tan
maravillosa que tuve con él. Me di cuenta que era una tarea difícil. El
abrir el corazón y traer al recuerdo todo lo que fue y es D. Dámaso para
mí me lleva a “dar gracias al Señor porque es bueno”.
Conocía a D. Dámaso cuando tenía 13 años,
empezando el seminario menor, y a lo largo de toda mi vida de seminario
ha sido el que me ido ayudando en todos los aspectos de la vida,
espiritual y materialmente.
Como digo, toda una vida con él. Tengo
que manifestar que recibía de D. Dámaso un gran cariño y apoyo.
Recuerdo cuando nos íbamos a los monasterios de clausura y disfrutamos
de la oración, del silencio y de las cosas sencillas del cada día que
iban acompañadas de su peculiar característica de humor que él siempre
ponía.
¡Era un cristiano! Vivía pobre y
compartía todo lo que tenía con los demás. Soy testigo de momentos de
desprendimiento cuando alguien le solicitaba alguna ayuda. Siempre tenía
en sus labios fruto de su corazón el desprendimiento “te hace objeto, llévatelo”. Todo
lo que entraba a su casa luego salía como signo de pobreza que él
siempre lo llevaba con dignidad y gozo. He de confesar que tan solo
disponía de dos camisas grises y dos pantalones, uno de ellos remendado.
Me decía: “si el Señor siempre me provee de bienes espirituales y materiales”.
Vi en él un hombre que vivía en una radical confianza en Dios. De hecho
cuando estaba en el Hospital de san Carlos que pasé una noche con él
decía: ”mi pasado, mi presente y mi futuro están en las manos de Dios que me ama”.
En una ocasión un seminarista no disponía
de dinero para pagar el seminario y fue a D. Dámaso a decírselo. El
seminarista todo preocupado y lloroso le manifestó la imposibilidad de
pagar el seminario. Siempre esperaba a que le hablaras pero tan sólo
verte ya sabía lo que te sucedía. D. Dámaso con cara de sorpresa y
alegría angelical le dijo: “has visto una señora salir de la casa” el seminarista le dijo que no. No se había encontrado con nadie en el pasillo. Le dijo D. Dámaso “pues quiere pagar una beca a un seminarista”.
Recuerdo, era seminarista, lo acompañe un
día a San Lorenzo donde celebraba la misa y al pasar por un barrio
salieron niños, mujeres y hombres tan sólo para darle la mano. Yo me
quede muy sorprendido en aquel momento. Pero después a lo largo de la
vida comprendí que era un sacerdote que lo daba todo. Y dar todo se
refiere no solo material sino bondad, cariño, alegría y sencillez.
Un hombre cristiano, orante y enamorado
de Dios. Compartía con él la hora de oración ante el sagrario. Que
cuando salíamos de la capilla veía su rostro lleno de paz, alegría y
amor. Me decía que “tenía que rezar muchísimo pasa ser un buen
sacerdote”. Siempre lo veías gozoso, alegre. No podíamos perder el
tiempo si no era en hablar de Dios, me decía. Tenía claro y lo ponía en
práctica, que en la amistad estaba en el centro Cristo y este
crucificado.
Vi siempre en D. Dámaso un sacerdote
dispuesto a servir a los demás. Su predilección eran los sacerdotes y
seminaristas. Siempre estaba dispuesto ha escucharte aunque a veces
tenías que esperar porque estaba con un seminarista o sacerdote. Lo
llamaban también las monjas de clausura para que les predicara.
Explicaba el evangelio y resaltaba siempre algo de la vida cristiana ¡Lo
hacía de una manera tan sencilla y profunda que llegaba al corazón!
¡Toda una vida con D. Dámaso! Donde he
experimentado muchas cosas con él que siempre se quedaran en mi corazón
de sacerdote como un tesoro precioso. Lo que me subrayaba mucho era que
el sacerdote debía de ser el primero en su labor apostólica. Trabajó
incansablemente por la “amistad sacerdotal”. Siendo muy anciano no
dejaba de realizar convivencias entre nosotros entonces seminaristas.
Luego con los sacerdotes trabajando con la “Unión Apostólica del Clero”.
Manifestaba un gran celo por la unión y fraternidad del clero
diocesano. Hasta incluso llevo a formarse con curas jóvenes los
“cenáculos”. Decía que si el sacerdote no se riega del AMOR DE DIOS
luego no podía dar fruto.
Una vez recuerdo que me contó una
experiencia personal de obediencia. Antes los sacerdotes opositaban para
las parroquias. D. Dámaso aprobó la oposición y él se la dejó a la
libre elección del Obispo. El nombramiento que le dio fue Yecla, gran
ciudad. Cuando abrió la carta y leyó el nombramiento le pareció
muchísimo para él. Recuerdo que me dijo que escribió al siervo de Dios
D. Diego manifestando su imposibilidad de aquel nombramiento. D. Diego
le contesto: Dámaso, Yecla te necesita y tú necesitas a Yecla.
Estuve dirigiéndome con D. Dámaso desde
que tenía 13 años hasta los 28 años que fui ordenado sacerdote. Celebre
mi primera misa en su casa de la residencia sacerdotal y fue
extraordinaria. Y lo más grande para mi fue que me pidió confesión. Mi
ordenación sacerdotal fue en Julio del año 2003, subió a la casa del
Padre en la memoria de Santa Mónica y enterrado el día de San Agustín.
Recuerdo que D. Manuel Ureña en el día de su entierro se refirió como
San Dámaso.
Es un sacerdote a imitar. Porque amaba a
Dios, era pobre, su rostro manifestaba su corazón y sus obras sellaban
la experiencia tan extraordinaria que tenía de Dios. Hoy lo recuerdo y
me encomiendo a él. Creo firmemente que está pidiendo por mí para que
sea un sacerdote Santo y Sencillo. Nos repetía mucho que fuésemos
hombres de oración.