Quisiera compartir mi vivencia sobre la relación con D. Dámaso Eslava durante su estancia en Yecla como Párroco-Arcipreste de la Basílica de la Purísima Concepción de Yecla.
Se hizo cargo de la
Parroquia en el año 1957, cuando yo tenía sólo 22 años y era
uno de los instructores de los grupos de aspirantes de la Acción Católica, a
los cuales yo había pertenecido desde hacía 10 años, concretamente instructor
del grupo de jóvenes aprendices de distintas profesiones y oficios.
Yo no tenía padre, y pronto mi relación con D. Dámaso se estrechó
viéndolo como un padre afable. Era un sacerdote entregado a los demás y muy
espiritual, por eso caló mucho en mí siendo mi amigo, mi padre y sobre todo mi
director espiritual.
Él nos sabía dirigir, nos indicaba cómo llevar nuestro apostolado con
los adolescentes y jóvenes. Era impresionante la capacidad, tiempo y paciencia
que tenía para atendernos a todos, y eso que éramos un verdadero ejército:
teníamos los grupos de aspirantes masculinos y femeninos de todas las ramas de la Acción Católica,
también los grupos de jóvenes masculinos y femeninos, y los grupos de adultos
de hombres y mujeres. En la misa de 9 de la mañana de los domingos, que era la
de los aspirantes, la
Basílica estaba siempre llena. Fueron muchas las tandas de
ejercicios espirituales que organizó en el antiguo convento del Santuario del
Castillo, a las que asistían numerosos jóvenes faltando siempre camas en la
casa de ejercicios, por lo que en más de una ocasión le ayudamos a subir camas
y colchones que tenía en la casa parroquial.
Durante su estancia en Yecla, el funcionamiento de todos estos grupos
fue muy fructífero tanto en plano humano y espiritual, sin menospreciar por
ello la labor de los párrocos anteriores y posteriores. Se construyeron los
salones de la Acción
Católica en la calle Don Lucio, el salón teatro de la calle
San Antonio, las viviendas para los tenientes (coadjutores), una piscina, una
cancha de deportes detrás del Hospitalico…
Era increíble el trabajo que llevaba a cabo para atender a todas las
ramas formando a todos los responsables, dirigiéndoles y contagiando el
espíritu sobrenatural que D. Dámaso tenía. Todos salíamos con entusiasmo a
hacer apostolado y a trabajar por Cristo en los demás. A mí aquellos años me
marcaron para toda mi vida, y junto con mi esposa, seguimos teniendo aquella
consigna de D. Dámaso: “hacerlo todo por
Cristo”.
Mucho le debo a D. Dámaso y siempre he llevado en el corazón todo lo
que me enseñó. Años después, cuando emigré a Francia a la vendimia en varias
ocasiones pasé necesidades, pero siempre me sostuvo el hacerlo todo por Cristo,
sin olvidarme nunca de mi Virgencica.
Gracias D. Dámaso por ayudarme a vivir de la fe.