D. Faustino Fernández Molina, Canónigo de la S.I.C. de Murcia

Conocí a D. Dámaso Eslava Alarcón, en octubre de 1943. Estudiaba yo el curso primero de latín. D. Dámaso era uno de los coadjutores de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Murcia. Consiliario de los jóvenes de Acción Católica de la parroquia. El párroco arcipreste era D. Mariano Aroca López, hombre venerable, de porte imponente.

El consiliario diocesano de la juventud masculina de Acción Católica era entonces D. José Aguirre Cano. Sacerdote austero, pero muy afable en el trato, de quien conservamos un gratísimo recuerdo los que tuvimos la suerte de recibir su ayuda espiritual. D. Dámaso estuvo muy compenetrado con D. José. Dos temperamentos, diferentes en apariencia pero unidos por un mismo ideal: formar jóvenes santos.

Del grupo de jóvenes del Carmen salieron para el Seminario los hermanos Antonio y Alfonso Garrigós Meseguer, y los hermanos Juan de Dios y Damián Pérez Llanes. Entre los seglares conviene destacar a los hermanos Pepe y Joaquín Zamora, y Juan Candela.  De la parroquia era el grupo más numeroso y activo de jóvenes de Murcia, que actuaba con responsabilidad en la preparación y realización de diversos actos y campañas diocesanas.

Tras once años de coadjutor en el Carmen, pasó a párroco o cura ecónomo de San Pedro del Pinatar. De aquella época salieron dos sacerdotes: D. Ángel Marí Valero y D. Miguel Pérez Fernández, catedrático de Sagrada Escritura.

D. Dámaso vivió las primeras hornadas de cursillistas de cristiandad, que aportaban savia nueva a los movimientos apostólicos parroquiales.

En Yecla coincidió con D. Dámaso en la parroquia del Niño Jesús, D. Joaquín Martínez Guilamón, que me contaba que algunos llamaban a D. Dámaso padre de los pobres. Lo que da idea de sus obras de caridad, a pesar de los pocos recursos económicos que ha tenido a lo largo de su vida. En aquella época había en Yecla barriadas muy necesitadas. Los coadjutores que estuvieron con D. Dámaso en La Purísima de Yecla fueron: D. Juan Fernández Marín, D. Narciso Dols y D. Saturnino García Guirao.
La etapa más prolongada de su servicio apostólico se desarrollaría de nuevo en Murcia, como Director Espiritual del Seminario de S. Fulgencio. Al concluir este servicio fue nombrado Director de la Casa Sacerdotal; y después, ya jubilado, hasta su fallecimiento en la nueva Casa Sacerdotal, de la calle Fontes Pagán, ocupaba su tiempo en la hermosa tarea de Director Espiritual de almas: le somos deudores la mayoría de los sacerdotes de la Diócesis.

Debo resaltar su dedicación a la Unión Apostólica. Asociación de sacerdotes surgida en Italia en tiempos de San Pío X, y que se fue extendiendo por Europa. En nuestra diócesis tuvo una acogida discreta. El alma y el todo de dicha asociación era D. Dámaso. Nos escribía a cada uno de  los que solíamos asistir a los retiros o reuniones mensuales,  a las que invitaba a distintos sacerdotes como ponentes.

Fue muy grande el interés de D. Dámaso por la Unión Apostólica, como un cauce para fomentar la fraternidad sacerdotal y la vida interior. En 1970 viajé con D. Dámaso y algún compañero más en mi Citroën, dos caballos, a las reuniones de la Unión Apostólica que se celebraban en Orihuela  o en Alicante donde, D. Diego Hernández, Director Espiritual del Seminario Diocesano y mentor de la Unión Apostólica. Cada año D. Dámaso se preocupaba por indicar al obispo diocesano el sacerdote que podría dirigir los Ejercicios Espirituales para sacerdotes a finales del verano. Animando a los sacerdotes a participar en ellos para renovar su vida.

La expresión habitual de Dámaso era de afabilidad. Aparecía normalmente con rostro sonriente. Podemos estar seguros de su  buen humor. No recuerdo haberle visto disgustado jamás. Le encantaba decir o escuchar anécdotas graciosas y hacer juegos de palabras, p.e.: “usted es un genio”. R/”Sí, “Ugenio” García,  para servirle”. 

D. Dámaso era un gran conocedor de los escritos del nuevo Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila. También dedicó largas horas de estudio y de oración a los dos grandes místicos españoles, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Fuentes en las que bebía juntamente con su gran amigo D. Diego Hernández y que luego inculcarían a sus dirigidos.

Una de las asociaciones piadosas de la Diócesis, apenas conocida, es la del grupo de Vírgenes Consagradas, mujeres cristianas que hacen voto de virginidad. La promotora y alma de esta institución es la Srt.ª Rosita Llamas. D. Dámaso era Consiliario fundador y, cada mes ,en los bajos del Palacio Episcopal les impartía un Retiro Espiritual.

Recuerdo a D. Dámaso, en sus últimos años, paseando por el pequeño jardín que precede a la entrada de la Casa Sacerdotal. Con su traje sencillo y, en invierno con un chaleco de punto debajo de la chaqueta. Y siempre con su boina calada.

La mirada de D. Dámaso, en la foto del recordatorio de su fallecimiento, tiene algo de socarronería, entendida en el sentido más positivo y nada humillante.

Alguna vez,  le dije,  sonriendo: “D. Dámaso, escriba sus memorias que nos ayudaran para su proceso de canonización”. Él sonreía, sin inmutarse. Le resbalaban los elogios. Era un santo sencillo, nada complicado.

Para hallar palabras que calificaran a D. Dámaso, la más cercana a la realidad sería: “hombre equilibrado”. En griego existe un término no muy conocido que es “Eufrosine”. Es la proporción de las partes de un todo, usada en arquitectura, pero que se aplica a las demás Bellas Artes. Era juicioso y, a la par atrayente. Se estaba a gusto con él. Escucharle equivalía a recibir algo bueno, como agua que cala o sol que calienta. La santidad de D. Dámaso, pues, era un santo sacerdote, en todas las acepciones de esta palabra santo, no resultaba distante o inalcanzable.

Estuvo relacionado con tantos sacerdotes. Algunos con cargos de responsabilidad; y muchos de criterios distintos, y no coincidentes con las ideas de  que eran el motor de la vida de D. Dámaso. Pero él siempre se mostró acogedor, respetuoso y afable con todos los sacerdotes, viendo siempre en ellos la imagen de Cristo. Así se manifestó el día de su entierro.

Los sacerdotes mayores hemos vivido la época difícil que siguió al Concilio Vaticano II. Se cometieron excesos, amparándose equivocadamente en el Concilio. Época de reformas litúrgicas y de multitud de secularizaciones.

D. Dámaso, dedicado a ayudar a los sacerdotes, padre del clero, debió sufrir enormemente. Y puso todo su empeño en acoger, sostener, orar y orientar según la doctrina de la Iglesia a los sacerdotes, para que sorteando las dificultades de aquellos tiempos recios, siguieran viviendo un sacerdocio santo y feliz. Hizo honor a su lema de ordenación: “Llenaré de gracia el alma de los sacerdotes y mi pueblo se hartará de bienes”.