(✞4-3-2013)
VERDADERO MAESTRO DE VIDA ESPIRITUAL Y SACERDOTAL
Se me ha pedido un testimonio personal sobre
D. Dámaso Eslava Alarcón, en el centenario de su nacimiento, y lo hago de
manera breve, si bien con sumo gusto, ya que mi vida de seminario y sacerdotal
ha trascurrido muy vinculada a su persona.
En el momento crítico de nuestra Iglesia hay
una urgente y gran necesidad de referentes sacerdotales claros a los que
podamos recurrir con seguridad. La ambigüedad, que caracteriza a nuestra
sociedad, es inservible en la vida cristiana e incompatible con el ministerio
sacerdotal; nuestro ambiente cultural está pidiendo la presencia de sacerdotes
muy preparados y revestidos de santidad que puedan poner con garantía la Palabra de Dios, avalada
con su testimonio, en el mundo secularizado de hoy.
Podemos asegurar que estas demandas que
acabamos de registrar, dirigidas al sacerdote de hoy, tienen respuesta
satisfactoria en la figura de D. Dámaso, sacerdote siempre y enteramente
diocesano, al servicio de todos, enamorado de su sacerdocio, de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, de oración
recia: un verdadero maestro de vida espiritual y sacerdotal.
Mis recuerdos sobre D. Dámaso se remontan a
cuando empezaba a cursar mis estudios filosóficos en nuestro seminario
fulgentino, mediando la década de los cincuenta. Al ser nombrado párroco de la Purísima de Yecla, mi
parroquia, nos visitó en el Seminario y quedó impresa en mi corazón la estampa
de un sacerdote ejemplar que rezumaba espiritualidad en todas sus palabras y
gestos. Desde aquel día hasta que le visité por última vez en la clínica de San
Carlos de Murcia, me prodigó generosamente su amistad y su acompañamiento
espiritual.
La figura de este buen pastor ha brillado por
su ejemplaridad como sacerdote que creyó en el poder de su sacerdocio. Muchos
de los valores que él tenía me parecen valores fundamentales para todo cura, e
incluso para todo seguidor de Jesús. De muchos de ellos hablarán otras
semblanzas en este mismo libro. Yo tan sólo pretendo recoger algunas
características de esta sublime figura sacerdotal que más me siguen
interpelando. Destaco su reciedumbre, en estos tiempos muelles; su fidelidad y
lealtad, ahora que los compromisos son a corto alcance. A este propósito
recuerdo las palabras de D. Bonhoeffer, cuando escribía: “¿Somos aún útiles? Lo
que necesitaremos no serán genios, ni menospreciadores de hombres, ni sagaces
tácticos, sino hombres sencillos, humildes y rectos”, Me parece que D. Dámaso
encaja muy bien en esta tipología. Y creo que esa necesidad, sigue hoy siendo
cierta. Quiero subrayar una característica especialísima y es su fe en la diocesaneidad, que fue vital
para él; podemos asegurar que siempre vivió muy dentro de la Diócesis, con la Diócesis y para nuestra
amada Diócesis de Cartagena.
Tuvo nombramientos importantes, pero en donde
puso todo su esmero y amor entrañable fue como Director Espiritual de nuestro
Seminario Diocesano y en el cuidado por la atención espiritual de los
sacerdotes de todas las edades. ¡Cuántas horas ha dedicado a la dirección
espiritual y a las confesiones de los sacerdotes! Por eso, puedo decir que era
un gran discernidor de vocaciones sacerdotales y un excelente samaritano para
nosotros sus hermanos. Varios de nuestros Obispos le eligieron para pertenecer
al Consejo Presbiteral, porque su ilusión pastoral más importante era echarnos
siempre una mano. Todos le recordamos en su habitación de la “Convalecencia” o
de la sexta planta de la nueva Casa Sacerdotal, dispuesto a escucharnos y
alentarnos en nuestras dificultades.
Su primordial preocupación era inculcarnos la
sed de la santidad sacerdotal, que él la ponía en la intimad con Jesucristo, en
la imitación de su vida, y simplemente en el amor. Creo que la gracia de Dios,
su esfuerzo en la respuesta fiel y las circunstancias y personas con las que
convivió, de forma singular con su amigo, el Siervo de Dios D, Diego Hernández,
forjaron una personalidad de sacerdote trabajador y celoso, buscador de la
perfección espiritual y que la quiso transmitir a sacerdotes, seminaristas y
religiosas. Me atrevo a afirmar que floreció copiosamente donde el Señor lo
sembró.
Sus grandes maestros fueron San Juan María
Vianney; San Juan de Ávila; San Juan de la Cruz; Santa Teresa de Jesús; D. Baldomero Jiménez
Duque, Director espiritual del Seminario de Ávila; D. José Rivera, sacerdote
toledano. Siempre encontró una fuente abundante de espiritualidad sacerdotal en
la revista “Surge” de la
Diócesis de Vitoria. Pero donde él encontraba su recreo más
intenso era en la Palabra
de Dios y en el Magisterio de los diferentes Papas que él conoció, así como en
los documentos del Concilio Vaticano II. Recuerdo en su despacho parroquial de La Purísima de Yecla, siendo
seminarista las hermosas reuniones dirigidas por él, comentando
participativamente la doctrina pontificia y conciliar sobre la vida del
seminarista y del presbítero.
Produjo en mí un gran impacto la convivencia
en la Casa Sacerdotal,
en aquella etapa en que estaba ubicada en la “Convalecencia”. Un día me pidió
un favor que duró diecisiete años. Me encargó de la Librería de la llamada
Casa de los Curas y de la
Imprenta, cuyos pequeños beneficios servían para ayudar a los
gastos de la residencia sacerdotal. Otro aspecto, del que fui el primer
beneficiario, fue hacerme cargo de la exposición de temas escriturísticos o
pastorales en el que participaba mensualmente un numeroso grupo de compañeros y
que él presidía. Tratamos en aquellas reuniones temas sobre la Liturgia de las Horas,
las Siete Cartas del Espíritu Santo a las Iglesias de Asia Menor, el Espíritu
Santo en la Doctrina Pontificia,
la Santísima Virgen,
Madre sacerdotal, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, al que le dedicábamos un
retiro en su fiesta, páginas escogidas de San Juan de Ávila… Valoro muchos de
sus consejos, que de tantos repetirlos, han quedado grabados para siempre en mi
memoria, entre ellos, éste: “De entre todas las obras divinas, la más divina es
ayudar a un sacerdote”.
Su relación personal la califico de una
suerte. Siempre lo he considerado como un verdadero padre. Fue mi párroco en
Yecla, durante mis años de estudio en los distintos Seminarios por donde pasé:
siempre lo tuve como mi director espiritual; me apadrinó en mi Primera Misa;
colaboré con él en la Unión Apostólica
durante muchos años, hasta que se encontró débil de salud y marchó a la Casa del Padre.
Permitidme esta anécdota llena de actualidad.
Un joven de 23 años, Tommaso Spinelli, que ha participado como auditor en el
recién concluido Sínodo de Obispos (Octubre, 2012), y es catequista de adultos
en Roma, ha sido el más aplaudido por encima de Cardenales y Obispos, cuando el
muchacho confesó su preocupación más profunda. Dijo así en la asamblea sinodal:
“El sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio,
ha perdido carisma y cultura. Veo a sacerdotes que se adaptan al pensamiento
dominante. ¡Sacerdotes: os pido la valentía de ser vosotros mismos! No tengáis miedo,
porque allí donde seáis auténticamente sacerdotes, allí donde presentéis sin
miedo la verdad de la fe, nosotros los jóvenes os seguiremos”. D. Dámaso vivió
este hermoso consejo y fue el pastor osado, valiente, que nunca se adaptó al
pensamiento dominante. Por eso, muchos jóvenes seminaristas y sacerdotes, a
través de su ministerio, siguieron a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote. Creyó en
el poder de su sacerdocio y nos lo hizo descubrir a muchos de nosotros.
Quiero concluir recordando su gran sentido
del humor. Uno de sus chascarrillos preferidos era el del obispo que contaba a
sus curas chistes y ellos reían estrepitosamente, pero uno nunca reía: entonces
le pregunta el obispo: Usted, por qué nunca ríe, respondiendo el reverendo:
porque yo no soy de su diócesis”. Siendo con más de noventa años le gustaba
decir: “Yo no soy un cura viejo, soy un”ex-joven”. Finalmente deseo hacer
constancia, desde estas páginas, que sus tres grandes amores fueron amores muy
blancos: La Eucaristía,
la Virgen María
y el Papa.
¡Gracias, D. Dámaso, por el testimonio de
haber sido un sacerdote santo, sabio, trabajador, austero, servicial,
afectuoso, generoso, espiritual, esperanzado: Un sacerdote ejemplar, que
siempre creyó en su sacerdocio!