
Me facilitó mucho ese encuentro inicial. Don Dámaso, amable y
comunicativo, ya empezó siendo mi director espiritual con toda confianza
y agrado por mi parte. Y por la suya, pues ya se encargaba de llamarme
si me descuidaba en la siguiente cita.
Mi ordenación, en 1968. Y mi primer destino, coadjutor, en Santa
María de Gracia de Cartagena, del párroco, Don Juan Iniesta. ¡Que
casualidad!. Don Juan era el íntimo compañero de curso de Don Dámaso.
Estuve sólo un año en ese cargo, y las visitas de Don Dámaso a Cartagena
eran frecuentes, y yo a Murcia con él, con más frecuencia.
Sólo un año de coadjutor, pues al siguiente curso me enviaron a
Granada con el equipo de formadores del Seminario Mayor (nuestro
Seminario hacía unos años que había sido llevado a Granada), y ¡que
nueva casualidad!, a ese equipo en Granada, y en la misma fecha, también
fue incorporado, como director espiritual, Don Dámaso Eslava.
En Granada yo estuve 8 años en el Seminario. Cambió el rector, y
algún otro del equipo; pero allí permanecimos Don Dámaso y yo, esos
mismos ocho años (Don Dámaso, como director, no residía habitualmente
allí, sino en Murcia, pero iba una temporada al trimestre).
Yo volví a Cartagena, y luego a Molina de Segura. Don Dámaso siguió
siendo mi director espiritual. Pero además, él me dio un cargo. Como su
“cabecica no paraba”, removiendo papeles de sus carpetas, y subrayados
de sus lecturas espirituales, continuamente agrupaba esos papeles por
temas, y me iba dando a que yo, los pasara en el ordenador a un
folletito (que ya aprendí a hacer usando el programa “publicer”). Temas:
Virgen María, sacerdocio, seminaristas, oración, virtudes, celibato,
preparación al diaconado… y etc, etc., en amplia colección, que luego
había que hacer copias y repartir a los asiduos de estas lecturas, que
por supuesto éramos muchos.
Quiero testificar que, desde aquel Septiembre de 1964, Don Dámaso me
ha acompañado y ayudado espiritual y humanamente de forma muy
significativa. Era bastante “pesaíco” cuando se le metía un títere en su
cabeza. Quiero decir que insistía incansable en tirar “para lo suyo”
con primacía a toda otra ocupación que yo pudiera tener. Pero, eso sí,
siempre porque su tema lo veía preferente para bien de los sacerdotes,
por los sacerdotes y para los sacerdotes…
Admirable -entre otras virtudes- su capacidad de acogida, y su
atracción sacerdotal. Él, muy de la “santa tradición” y con su memoria
saturada de citas teresianas, sanjuanistas, avileñas; con chascarrillos
panochos de su amigo del alma Don Diego Hernández -siervo de Dios-, y
máximas de sus “teólogos seguros”… ese Don Dámaso recibía constantemente
sacerdotes de todas las líneas espirituales, desde lo más a lo más… y
todos le abrazaban y recibían de él, con entrañable cariño.
Agosto de 2003.¡¿También casualidad?. Yo salía del Seminario,
cruzando por el jardín al patio de la Casa Sacerdotal. Una ambulancia en
la puerta, y unos camilleros que sacaban a Don Dámaso de la casa… Me
sonrió haciéndose el valiente, y tocándose el pecho como que eran esos
bronquios que a veces le daban la lata. Me acerqué, y, sin perder la
calma y en voz algo baja me dijo: “ahora, ya me toca a mi”. El 27 de ese
Agosto, día de santa Mónica, le velamos en el tanatorio de Jesús. Se lo
entregamos de corazón al Padre… y le pedíamos que, desde el Padre, con
su Teresa, su Juan de la Cruz, su Juan de Ávila, su Dondiego y tantos
más de sus entrañables místicos, nos siga ayudando a ser buenos. Buenos
sacerdotes. Como él repetía, buenos-santos sacerdotes.
Damián Abellán. Director espiritual emérito. Seminario Diocesano San Fulgencio. Murcia.