D. Damián Abellán Cascales. Canónigo de la S.I.C. de Murcia

SIEMPRE UNIDOS…

Sería a principios de Septiembre de 1964. Recuerdo que, a media mañana, yo ingresaba en el Seminario Mayor San Fulgencio, el Conciliar -junto a la Catedral-. Subiendo los cinco escalones del portal, -con mi maletilla de madera, como se estilaba entonces-, otro señor, enjuto y de pelo blanco, también con su maletín, subía a la par conmigo. Yo iba de novato, pues después de mis cuatro años en Salamanca, entraba en el Seminario Mayor para los otros cuatro años de teología. No conocía aún a nadie. El otro señor, me saludó. También él, me dijo, venía de novato. Pero él era cura, y lo habían nombrado director espiritual. La coincidencia favoreció el diálogo. Que yo era de Ulea, y él tenía un muy buen amigo en Ulea. Habían coincidido en las milicias de la guerra, juntos casi a las puertas de la muerte… Me llamo Dámaso, me dijo. Y con el punto común de su amigo en Ulea, Jenaro, que también era amigo mío y de una familia muy cercana a la mía, se abrió la puerta de un contacto frecuente y amistoso: Jenaro venía de vez en cuando por el seminario…

Me facilitó mucho ese encuentro inicial. Don Dámaso, amable y comunicativo, ya empezó siendo mi director espiritual con toda confianza y agrado por mi parte. Y por la suya, pues ya se encargaba de llamarme si me descuidaba en la siguiente cita.

Mi ordenación, en 1968. Y mi primer destino, coadjutor, en Santa María de Gracia de Cartagena, del párroco, Don Juan Iniesta. ¡Que casualidad!. Don Juan era el íntimo compañero de curso de Don Dámaso. Estuve sólo un año en ese cargo, y las visitas de Don Dámaso a Cartagena eran frecuentes, y yo a Murcia con él, con más frecuencia.

Sólo un año de coadjutor, pues al siguiente curso me enviaron a Granada con el equipo de formadores del Seminario Mayor (nuestro Seminario hacía unos años que había sido llevado a Granada), y ¡que nueva casualidad!, a ese equipo en Granada, y en la misma fecha, también fue incorporado, como director espiritual, Don Dámaso Eslava.

En Granada yo estuve 8 años en el Seminario. Cambió el rector, y algún otro del equipo; pero allí permanecimos Don Dámaso y yo, esos mismos ocho años (Don Dámaso, como director, no residía habitualmente allí, sino en Murcia, pero iba una temporada al trimestre).

Yo volví a Cartagena, y luego a Molina de Segura. Don Dámaso siguió siendo mi director espiritual. Pero además, él me dio un cargo. Como su “cabecica no paraba”, removiendo papeles de sus carpetas, y subrayados de sus lecturas espirituales, continuamente agrupaba esos papeles por temas, y me iba dando a que yo, los pasara en el ordenador a un folletito (que ya aprendí a hacer usando el programa “publicer”). Temas: Virgen María, sacerdocio, seminaristas, oración, virtudes, celibato, preparación al diaconado… y etc, etc., en amplia colección, que luego había que hacer copias y repartir a los asiduos de estas lecturas, que por supuesto éramos muchos.

Quiero testificar que, desde aquel Septiembre de 1964, Don Dámaso me ha acompañado y ayudado espiritual y humanamente de forma muy significativa. Era bastante “pesaíco” cuando se le metía un títere en su cabeza. Quiero decir que insistía incansable en tirar “para lo suyo” con primacía a toda otra ocupación que yo pudiera tener. Pero, eso sí, siempre porque su tema lo veía preferente para bien de los sacerdotes, por los sacerdotes y para los sacerdotes…

Admirable -entre otras virtudes- su capacidad de acogida, y su atracción sacerdotal. Él, muy de la “santa tradición” y con su memoria saturada de citas teresianas, sanjuanistas, avileñas; con chascarrillos panochos de su amigo del alma Don Diego Hernández -siervo de Dios-, y máximas de sus “teólogos seguros”… ese Don Dámaso recibía constantemente sacerdotes de todas las líneas espirituales, desde lo más a lo más… y todos le abrazaban y recibían de él, con entrañable cariño.

Agosto de 2003.¡¿También casualidad?. Yo salía del Seminario, cruzando por el jardín al patio de la Casa Sacerdotal. Una ambulancia en la puerta, y unos camilleros que sacaban a Don Dámaso de la casa… Me sonrió haciéndose el valiente, y tocándose el pecho como que eran esos bronquios que a veces le daban la lata. Me acerqué, y, sin perder la calma y en voz algo baja me dijo: “ahora, ya me toca a mi”. El 27 de ese Agosto, día de santa Mónica, le velamos en el tanatorio de Jesús. Se lo entregamos de corazón al Padre… y le pedíamos que, desde el Padre, con su Teresa, su Juan de la Cruz, su Juan de Ávila, su Dondiego y tantos más de sus entrañables místicos, nos siga ayudando a ser buenos. Buenos sacerdotes. Como él repetía, buenos-santos sacerdotes.

Damián Abellán. Director espiritual emérito. Seminario Diocesano San Fulgencio. Murcia.